La nuestra es una industria epidérmica.
Somos un sector que endiosa los resultados instantáneos: quiero crecer ya, aunque eso signifique no crecer demasiado.
Nuestros objetivos se han vuelto pocos ambiciosos.
Están sesgados por una inmensa mayoría de clientes que se conforman con alcanzar métricas que avalen su bono de fin de año.
Eso ha dado lugar a muchos creativos especialistas en fuegos artificiales.
“Up as a rocket, down as a stick”, como dijo Charles Dickens.
Como si la construcción de una marca fuera sólo puro diseño y belleza arquitectónica, sin importar para nada la ingeniería, aquello que hace que todo se sostenga.
El mejor libro de comunicación de la historia ―la Biblia― lo define con claridad meridiana: construye tu casa sobre roca y no sobre arena.
“Todo el mundo se desvela por lo nuevo, yo siempre pienso en lo que permanece”, decía ese genio llamado Bill Bernbach.
Pero nuestra industria está dominada por epidérmicos de toda especie que celebran golpes de efecto y tecnologías supuestamente novedosas.
Sí, nosotros somos la industria que le otorgó un Gran Prix de Cannes al hecho de poder pedir una pizza en Domino’s enviando un emoticon.
Por suerte todavía existen las rara avis.
Hoy vengo a contarles la historia de uno de ellos, Andy Fogwill.
Andy nació en una casa en la que se respiraba publicidad: su mamá era modelo y su papá, un sociólogo que tenía una agencia de análisis de mercado y publicidad.
“En mi casa se bajaba el volumen de la tele con los programas y se levantaba cuando aparecían los avisos”, dice Andy, y completa diciendo que su viejo lo llevaba a las filmaciones o a la agencia y a él le fascinaban “la bohemia y el glam de esa época, escritores, dibujantes, músicos, semiólogos, gente que se divertía jugando con las palabras, sofistas creando nuevos sentidos”.
Todo muy lindo, pero era la Argentina, y que te vaya bien en la Argentina es como acertar en la ruleta del Titanic.
Vino una crisis económica y “mi viejo perdió todo. Se dedicó a partir de ahí a escribir y a convertirse en un escritor. Pasamos de una situación económica muy buena a una muy complicada”.
Después de terminar el colegio secundario empezó a estudiar comunicación en la UBA y de casualidad acompañó a un amigo que se quería inscribir en el Instituto de Cine.
Andy cambió de idea e hizo un curso de ingreso que duraba un año “y los dictaban en un cine, me impactó la idea de estudiar sentado en una butaca, debajo de un proyector”.
Quedó entre los veinte elegidos y empezó a estudiar dirección y guión.
Terminó la escuela de cine y se empezó a obsesionar con la estética de los canales de música. Era el apogeo de MTV: consiguió el fax de MTV Miami y empezó a mandar propuestas de separadores.
Estuvo mandando ideas durante un año, hasta que finalmente alguien le dio la oportunidad de hacer unos cortos.
Empezó a trabajar mucho para MTV y compañías musicales haciendo videoclips.
Estuvo tres años dirigiendo y produciendo más de 50 videos para bandas como Soda Stéreo, Babasónicos, Illya Kuriaki, Cerati.
“Los videos me sirvieron para entrar y empezar a hacer comerciales: las marcas empezaron a ver en la estética y el craft del clip algo interesante para conectarse con una nueva generación”.
Las agencias lo empezaron a llamar, pero Andy se dio cuenta de que le faltaba aprender, y empezó a trabajar en distintas productoras en diferentes puestos.
Hizo locaciones, producción, posproducción, casting, servicios de producción, trabajó en la película Evita con Oliver Stone.
Hasta que un día se decidió a abrir su propia productora.
Todos le decían que se iba a fundir en un año.
El quería ponerle a la productora Súper, porque “quería abrir la oficina en un supermercado chino al lado de mi casa, una especia de concept store con los reels en las góndolas, un lindo delirio”.
Votaron por el nombre y quedó Landia.
Landia empezó hace veintidós años en un departamentito en lo que todavía no era Palermo.
Llegó 2001 y el augurio de fundirse casi se cumple.
Hubo que vender el auto, ajustarse, intentar no desaparecer.
Aguantar hasta donde se pudiera.
Y se pudo.
Llegó la globalización y el boom de filmar en la Argentina.
Vinieron los proyectos más grandes.
Y la decisión de abrir la primera oficina de Landia fuera de la Argentina.
Los Ángeles fue la ciudad elegida y “con el apoyo de muchas agencias latinas y con productores y directores de Landia que se la jugaron, se mudaron y cambiaron de vida, nos fue bastante bien. Después vinieron las oficinas de Madrid, San Pablo y México”.
Andy queda seleccionado en el Saatchi & Saatchi New Talent y apareció en el Gunn Report como uno de los directores más premiados del año.
En 2010 formó parte del primer jurado de Film Craft en Cannes Lions.
Hoy Landia tiene más de 40 productores y directores y hace proyectos de todo tipo: un largometraje de ficción, una serie para una plataforma, NFTs para marcas, videoclips para discográficas y, por supuesto, muchos comerciales de publicidad.
A Andy lo obsesiona pensar cómo evolucionará el negocio de las productoras, cómo encontrar nuevos talentos, cómo el blockchain, la inteligencia artificial y otras herramientas pueden mejorar el producto final.
He hablado mucho con Andy durante el festival de Cannes a lo largo de los años.
Toma distancia, escucha a todos, saca buenas conclusiones.
En una industria epidérmica, Andy bucea hasta el fondo.
Súper me parece mucho mejor nombre que Landia.
Pero Súper se quedó en la enunciación.
Y Landia sostiene el éxito trabajando muchísimo hace más de dos décadas.
Seniority y recorrido.
Ojalá se valoren más.
Les dejo una frase que me dijo Andy hace unos años: “Nosotros agregamos valor, ¿no? Y valor viene de valiente”.
INFLUENCIA (*).
Nos sobra talento. Nos falta influencia.
Fernando Vega Olmos
(*) Los interesados en proponer nombres deben escribir a fernandovegaolmos10@gmail.com incluyendo en el asunto: “Influencia”.