Peter Drucker fue, indiscutiblemente, el primer maestro de la gerencia profesional, y hasta se podría decir que con su primer libro, La gerencia de empresa, la inventó. Fue el libro de cabecera de la mayoría de los ejecutivos y directivos que entrevisté en las primeras décadas de mi carrera, a partir de fines de la década de 1950.
La primera edición en inglés salió sesenta años atrás, en 1954, bajo el título The practice of management. Sudamericana tuvo la visión de traducir el libro e incluirlo en su colección Piragua de libros de bolsillo en 1963. Fue el primer best-seller de la literatura empresarial. En 1974, cuando la obra cumplió 20 años, ya se habían vendido más de un millón de ejemplares en todo el mundo; fue traducido a varios idiomas, incluso el chino, árabe e hindú. Todo un récord para un libro que la mayoría tildaría de aburrido, y que trata acerca de cómo gestionar mejor un negocio para hacerlo rendir más.
Drucker nació en Viena en 1909. Hijo de una familia acomodada (su padre era un alto funcionario del gobierno), cuenta en su biografía que cuando era una criatura conoció a Freud. Su vocación lo llevó a estudiar economía, y una vez recibido, se trasladó a Londres, donde comenzó a ejercer como asesor de algunos bancos.
Con algo más de 40 años, decidió radicarse en los Estados Unidos. Allí fue uno de los primeros consultores de empresa en management, especialidad que estaba todavía en pañales. The practice of management es el resultado de una larga experiencia al servicio, en ese aspecto, de grandes corporaciones internacionales.
En 1967, le escribí para solicitarle una entrevista. La revista Mercado ya había lanzado la revista Gestión (que circulaba por suscripción y se vendía bien, pero debió ser interrumpida poco después debido a una de las tantas crisis económicas que hemos padecido). Drucker, pese a que ya cobraba 400 dólares por hora de asesoramiento, respondió afirmativamente.
Me recibió en su despacho de profesor de la Universidad de New York, a la que pertenecía por entonces. Drucker, que ya había cumplido 65 años, tenía ganas de conversar y hablamos durante más de dos horas. Sabía que esa cortesía dependía de mis preguntas. Me había preparado concienzudamente, y llevé conmigo un extenso cuestionario, producto de varias relecturas de La gerencia de empresa, que todavía conservo a mano, muy subrayado, comentado al margen y en deplorable estado físico
Fue mi primera entrevista de importancia como periodista especializado. Repasamos su vida y obra; Drucker era una persona muy culta, conocía a fondo la cultura industrial japonesa antes que la mayoría de sus colegas se interesaran por ella. Su hobby era el montañismo. Yo lo consideraba el Ortega y Gasset de la organización, porque al igual que el insigne pensador español revelaba las cosas más sencillas y evidentes pero que habían pasado inadvertidas a los lectores.
Prestaba mucha atención al área de recursos humanos. Criticaba el término ‘mano de obra’ porque, decía, al contratar a un empleado u obrero, se incorpora a la persona entera; con sus manos viene su dueño, al que hay que considerar en su totalidad.
Recuerdo que le comuniqué mi extrañeza porque raramente hablaba de comunicación. “Es verdad, pero sí escribí mucho sobre marketing y sobre las relaciones de la empresa con sus públicos”, respondió. Varios años después, en ocasión de la visita a Claremont de uno de sus discípulos, el especialista Tom Wise, le pedí que tocara con él el tema de la publicidad en mi nombre; Drucker lo hizo, e incluso habló de la publicidad de los políticos, que no consideraba una novedad aunque aquí lo era (estábamos a principios de los ’80): “Fueron los primeros en sacarle partido, sólo que para ellos era propaganda y nunca quisieron pagarla”, bromeó.