En su columna de hoy, Ritacco aborda con fina ironía una condición muy común entre los humanos: la de copiarse de lo que ve a su alrededor para su provecho personal.
Por Edgardo Ritacco (*)
Ya va siendo hora de reivindicar la antigua y vilipendiada condición de copiarse de las artes y oficios ajenos. Es que sus seguidores –que son legión, aquí, allá y más allá– han sufrido demasiado. Y todo en silencio, porque son muy pocos los Copiones asumidos. Siguen encerrados en el placard, asustados por la mala prensa que siempre han tenido, por la sospecha de amigos y extraños y por su propia conciencia. Insisto: han sufrido demasiado. Y sin necesidad.
Es que El Copión ha ido modelando su personalidad desde los remotos tiempos de la escuela primaria, cuando sus padres, ante la mínima evidencia de alguna nueva mala costumbre (inspirada en el amiguito más vago, por supuesto) le machacaban la frase mágica:
– Hay que copiarse de lo bueno, no de lo malo.
Frase que se iba mechando con otras, del mismo o mayor efecto:
– ¿Por qué no te fijás en lo que hace Norbertito, aunque sea un poco? El sí que trae todos diez, nunca un problema de conducta, nada...
Y el proyecto de Copión digería penosamente esas palabras, mezclando en su olla mental varias cucharadas de envidia, un chorrito de amor propio herido, una medida de resentimiento contra el pulcro Norbertito, y un toque de ganas de agarrarse a trompadas con el otro y liquidar el asunto.
Pero la semilla germinó. Y el Copión consiguió un día mudar su asiento en la clase para pegarse al de su númen, con el frío objetivo de espiar sus pruebas y escritos, mientras la maestra mirara para otro lado. Con el tiempo le cambiaron el vecino y tuvo que perfeccionar su técnica. Así surgió el famoso machete, primero cuadradito e insuficiente, y luego un admirable rollito con dos bobinas que reproducía con fidelidad los datos claves del tema del día.
El Copión siempre supo que lo suyo era algo marginal y culposo, pero con el paso de los años fue comprobando que no estaba solo en ese barco. Y si en el colegio castigaban al que podían descubrir, en la vida cotidiana no parecía cosa tan peligrosa. Tal vez porque el profesor de la calle siempre mira para el otro lado, o porque hay tantos como él, nuestro hombre fue perdiendo definitivamente el miedo a ser descubierto.
El día inolvidable del Copión fue aquel en que cayó la gloria sobre un trabajo suyo, noblemente inspirado en algo que vio en algún lugar lejano. Miraba con ojos incrédulos que lo aplaudían de pie, que alguien le alcanzaba un trofeo muy dorado, que le retribuían con un beso de azafata su éxito fantástico, que le pedían autógrafos y que hasta le ofrecían hacerle un reportaje para que le explicase a los anónimos perdedores cuál había sido su mecanismo de creación.
Y es justo, qué embromar. Porque lo suyo había sido exactamente seleccionar lo bueno, no lo malo, como decían sus padres en la tierna infancia, aprovechar algún golpe de ingenio de otro; reciclar, en una palabra. ¿Acaso el reciclaje no es una actividad solidaria, una actitud eminentemente social?
El Copión sabe bien que hay terrenos más fértiles que otros para desarrollar sus habilidades. El periodismo, la publicidad y las artes en general favorecen su multiplicación celular. Tareas más pesadas y anónimas, como arreglar motores de camión o conducir aviones en vuelos continentales, por ejemplo, lo frustrarían sin remedio. ¿Alguien ha puesto de moda una expresión? El Copión será el primero en utilizarla –sin reconocer copyright, por supuesto–, y todos sus correligionarios harán lo mismo en menos de una semana. Resultado: la frase se ha gastado prematuramente, pero nuestro héroe ha cumplido con el sagrado deber de difundirla. ¿Alguna agencia del mundo ha resuelto un duro problema de comunicación con una idea fresca y de bajísimo costo? El Copión cargará sobre sus espaldas la ciclópea tarea de adaptar esa idea a la “especialísima condición de nuestro mercado”, y el aviso aparecerá en diarios o pantallas vernáculas, sin necesidad de aclarar cuál ha sido la musa inspiradora. Total, ¿a qué consumidor le importaría ese detalle tan superfluo?
Por eso es necesario reivindicar la antigua costumbre de copiar el fruto de los ingenios ajenos. Al fin de cuentas, Japón es una potencia económica de primer orden, y su gran especialidad ha sido remedar íconos famosos de Occidente, y hasta fabricarlos en gran escala. Todo esto, sin que haya tenido mala prensa; por el contrario, a los nipones se los elogia por su “versatilidad”. En cambio, El Copión de estas pampas sigue en el ropero, sin asumir su condición, temeroso de que alguien descubra que ese trofeo tan dorado no le corresponde. Es una crueldad.
El Plagio es el hermano mayor de la Copia. Un hermano cuyo nombre tiene cierta resonancia a tribunales, abogados y jueces. En muchos países de Centroamérica se utiliza la palabra “plagio” como equivalente de “secuestro”. “Los plagiarios fueron detenidos cuando llegaban al aeropuerto”, titulan los diarios de aquellas tierras. El diccionario les da en parte la razón, porque plagiar era, en la antigua Roma, “comprar y esclavizar a un hombre libre, o utilizar como propio un siervo ajeno”. Pero frente a la gravedad de un secuestro, el trabajo de zapa del Copión suena a cosa inocente y benigna. Es un difusor de cultura, al fin de cuentas. ¿O no?
Los americanos han acuñado una expresión para legitimar la copia: “me too”. Cualquier nuevo producto que tenga una clara ventaja diferencial sobre los de la competencia, verá aparecer en un abrir y cerrar de ojos varios productos me too que se codearán con él en las góndolas de los supermercados o en cualquier otra boca de ventas. Y el veleidoso público decidirá –tal vez por la apariencia– a quién otorgarle sus favores.
El mundo es así. Unos ponen el ingenio y el genio, y otros (muchos más) reconocen en la obra de los primeros qué cosa puede difundirse y qué no. Y si un día reciben honores por ese asalto, la piel ya se les habrá endurecido lo suficiente como para no caer en la depresión o el desaliento. Después de todo, su gran coartada es que nadie puede arrojar la primera piedra.
(*) Director periodístico de la revista EL PUBLICITARIO.