Los cuatro jinetes
Y vi cuando el Cordero abrió el primero de los siete sellos, y oí que uno de los cuatro vivientes decía, como con voz de trueno: “Ven”.
(Apocalipsis 6: 1)
Introducción:
Dicen en el campo que si uno se mira fijo al espejo aparece Satanás. Si bien la popular creencia tiene múltiples significados, hay uno que, en el contexto de este análisis, adquiere mayor relevancia: nada bueno surge de una mirada profunda. Es decir, mejor andar en la superficie.
Efectivamente, cuando uno se mira fijo al espejo (prueben evitando parpadear) la imagen que emerge tiene poco que ver con algo divino, aún descartando al Maligno la experiencia dista de ser alentadora.
¿Quiénes son los personajes más famosos del país? O mejor, ¿quiénes secundan a Maradona en la lista? Porque los argentinos somos algo que acontece alrededor del Diez, que habita en sus suburbios. Si la mirada es ligera, los compañeros del genial jugador exhibirán consistencias gratificantes: el recién arribado Manu Ginóbili, Favaloro, San Martín, Sábato, Evita, Mercedes Sosa, Charly García (faltan varios que pueden rescatarse de las encuestas publicadas por los medios); ninguno totalmente a salvo de cuestionamientos pero cada cual con prosapias consideradas y considerables. Sin embargo, ¿qué resulta de una mirada fija, penetrante?
Justamente.
Los escoltas maradoneanos son un brillante ejército de tres, juntos conforman “Los Cuatro Jinetes”.
Esta apocalíptica sociedad que supimos conseguir demanda escrutinio constante. De ser cierto que nadie debería conocerte más que aquel que te quiere vender, los publicitarios están obligados a enfrentar a Mefistófeles. El marketing de la segmentación descree de constantes tales como identidad, proyecto de país, deseos históricos, o los usa mal, con un tono melodramático e ingenuo, insoportable para el consumidor medio. Sin embargo, el ramillete de “enfermedades crónicas” argentinas está volviendo. Todavía es sutil. Ya empeorará.
¿Dónde pedir ayuda? ¿Qué síntomas leer?
Cabalgando sobre su desbordada popularidad, a través de estilos, épocas, gustos e ideologías, los jinetes ocultan enigmas dignos del Código Da Vinci. Y lo hacen a la vista de todos, escudados en una familiaridad que adormece. Ya ni siquiera son “celebrities”, forman parte de nuestro ADN.
Vale la pena investigar su trote. Al fin y al cabo, con cerrar los ojos se neutraliza el conjuro, el demonio desaparece, y todos volvemos a fantasear con ser hijos de Jorge Luis Borges, Ernesto “Che” Guevara, o cualquier otro “prócer” que se acomode al gusto particular de cada lector.
Omar Bello
“Fame”:
Quien acapara la atención de la sociedad por un instante está hablando de él, quien lo hace por un período de tiempo prolongado está hablando de nosotros.
Un trasero privilegiado, ese gol mágico, pueden distraer; sin embargo, son los especialistas en estirar la distracción hasta niveles asombrosos, en dominar hasta la exasperación el arte de mantenerse en el centro de la fiesta, aquellos magos que vale la pena visitar.
Los grandes hipnotizadores argentinos.
La lista de cortesanos del Diego (excluyendo a políticos) no puede confeccionarse a partir de conceptos tales como representatividad, trascendencia o conveniencia ideológica. Hay que recurrir a una variable popular: fama.
La fama tiene mala prensa porque, a diferencia del prestigio, se alcanza rápido y por motivos banales. Claro que hay famas y famas. Está la instantánea del trasero mencionado, y la otra, esa que, por más inexplicable que parezca, es indiscutible en términos de duración e intensidad.
Arthur Miller interpretó a la sociedad americana, Marilyn Monroe la ejemplificó. El matrimonio menos pensado intentó juntar dos fuerzas que, particularmente en el siglo veinte, adquirieron status de antagónicas: talento y popularidad. Por supuesto se divorciaron antes de que la alianza rindiera frutos. De todas maneras el reparto de bienes fue parejo. Mientras él conservó las luces del pensamiento, ella negoció el poder de síntesis (su sola imagen simboliza el siglo pasado) Y encima las acciones del “minimalismo” crecen sostenido desde entonces. Hoy conviene ir directo al punto.
La fama no desestima valores como talento o sabiduría, es más, rara vez habita en personas desnudas de habilidades superlativas. Pero nunca se supedita a estos dones. Si una genialidad naufraga en aras del objetivo, si el advenimiento de la novedad debe postergarse, bienvenido el sacrificio. Castigamos a las figuras populares por su alergia al cambio. Es decir, las penalizamos por cumplir su misión: limar, pulir y refinar un único método de hipnosis.
Los personajes famosos están íntimamente ligados al período histórico que les toca vivir. Con los años su estrella se enfría y es reemplazada por otra que sintoniza mejor nuestros gustos, o exorciza con mayor eficiencia nuestros fantasmas. La trascendencia, si se da, es apenas una cáscara (como en el caso de Marilyn) que cada uno rellena según le viene en gana. Por eso es crucial analizarlos en caliente, cuando su poder hipnótico todavía circula, cuando ellos se apoderan de nosotros y no al revés; porque si bien las figuras populares lanzan algunos mordiscos, somos sus súbditos quienes terminamos devorándolas.
Los referentes artísticos, culturales o científicos, los ídolos, dicen qué queremos ser o hasta dónde podemos llegar. Los famosos, cuentan cómo somos. Hay que escucharlos para, entre otras cosas, evaluar la distancia que falta recorrer.
Aquí están, estos son...
La fama es a la sociedad lo que la fiebre al cuerpo humano, una señal de alarma, algo que debe atenderse.
Igual que con la temperatura corporal, los aspectos a tener en cuenta en el análisis de personajes famosos son:
Intensidad.
Persistencia.
El famoso puede ser un ídolo (como en el caso del Diego), pero no es una condición necesaria. La fama prescinde de idolatrías, amores, o admiraciones al estilo de las que despierta Manu; sólo gente que llama mucho la atención. Ni vínculo, ni ejemplo, ni camino a seguir, pura energía concentrada. El “agujero negro” de las sociedades modernas. Se los estudia poco por prejuicio y desconocimiento.
¿Cómo se mide?
Como la fiebre.
Al igual que los termómetros, las encuestas marcan intensidad (*), nos señalan el nivel de “barullo” que producen ciertos personajes. La persistencia es dato. Después de medir el nivel de fiebre (o antes) viene la pregunta, ¿cuánto tiempo lleva así el paciente? Eso da una idea más o menos precisa de la segunda variable.
Ruido, barullo, los ultra-famosos pueden haber perdido valor referencial, o incluso comercial, sin embargo giramos las cabezas al verlos pasar. Quizás ya no le festejemos sus monerías, aunque los dejamos jugar frente a nuestras narices.
¿Quiénes marcan el pico máximo de la fiebre argenta?
Además de Maradona (la madre de todas las fiebres), únicamente tres figuras perturban al “médico”, el resto se arregla con aspirina y reposo. Su intensidad es tan concreta que con apoyar la mano en la frente basta,
Mirtha Legrand.
Susana Giménez.
Marcelo Tinelli.
Mirtha, Susana, Marcelo y Diego, Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis Argentino.
¿Culpables?
Tanto como nosotros. La fiebre es también un signo vital, la confirmación de que el cuerpo todavía da pelea. ¿O hay algo más frío que la relación con los próceres? ¿Vale más el revuelo provocado por Tinelli o la reverencia vacía a un escritor que nunca se leyó?
Todo es según el color del cristal...
Una dama que almuerza, la rubia de los teléfonos, el muchacho de la dentadura infinita, y la mano de Dios. Los Cuatro Jinetes que nos merecemos, esos “queridos demonios” que debemos enfrentar.
(*) Los nombres surgen de distintas investigaciones realizadas durante los últimos dos años.
La última Mohicana:
Más allá de los esfuerzos de la intelectualidad “progre”, seremos Latinoamérica el día que Mirtha lo decida. Sólo su retiro, la claudicación frente a las tiranías del reloj biológico, permitirán el promocionado abrazo al hermano latinoamericano, saludo fraternal que, siendo honestos, nuestros compañeros de continente están lejos de esperar. Ellos son los primeros en gritar “larga vida a la señora”.
Según se mire, la increíble persistencia de la Legrand es un símbolo de que aún podemos acceder al “primer mundo”, o la confirmación de que jamás aprenderemos la lección.
¿Hay algo menos latinoamericano que Mirtha?
Es verdad que damas así abundan en nuestro empobrecido tercer mundo. Aunque se dedican a la beneficencia, disfrutan de fortunas incalculables y viven enclaustradas en caserones amurallados, ninguna es siquiera algo parecido a una figura pública.
Debido al paso del tiempo, las cimas de temperatura que alcanza la gran “almorzadora nacional” ya no aplican para el record Guinness, los efectos se neutralizan con un paño frío sobre la frente. Sin embargo, en términos de persistencia, su performance es una hazaña difícil de empardar.
Para una parte (especialmente los jóvenes) de los tres millones de espectadores que siguieron la última entrega de los Martín Fierro, Mirtha Legrand es una señora que almuerza en televisión; quizás reconozcan audacia en el abordaje de los invitados, no mucho más. Pero esa dama que habló hasta por los codos, cambió tres veces de vestido, y nos obsequió con un nutrido festival de sí misma, cruzó barreras vedadas a muchos mortales.
De preocuparnos por la historia nativa, sabríamos que Chiquita era tapa de revista cinco años antes de que Perón llegara al gobierno (el primero, por supuesto), veinte faltaban para escuchar el nombre Kennedy, unos treinta nos separaban del primer viaje a la luna, y el once de septiembre quedaba a sesenta años de distancia.
El espectáculo universal tiene “próceres” de trayectorias largas, claro que suben a recibir premios, no los entregan. Son guardianes de su pasado, recuerdos de una intensa fiebre que ya pasó.
Expuesta a las críticas (que por aquí toman dimensión de burla), la Legrand actúa como un soldado en batalla, lo más lejos posible del general retirado al que se respeta por trayectoria.
¿Por qué un país inestable y voraz como el nuestro parió semejante fenómeno?
“En la región no tenemos divas así”, dijo una directora de cine latinoamericana al observar, en el contexto de un homenaje, el resumen de la carrera cinematográfica de Chiquita (muy honrosa por cierto, ¿alguien recuerda que fue una figura clave de la pantalla nacional?).
Mirtha Legrand es el último reflejo, la sombra persistente de un país soñado por la generación del ochenta, nación poderosa, conservadora, de raíces europeas (raíces, ramas, hojas, todo) y refinamiento al gusto de las clases medias.
Un sueño vigoroso que, como Mirtha, es capaz de interrumpir y, cada tanto, reclamar el centro de la escena.
Muñeca Brava:
Mirtha salió de la línea de producción, Susana es pura materia prima. ¿Será por eso que una parece más espontánea que la otra?
A fines del siglo diecinueve, cuando decidimos ser Europa, teníamos algo parecido a un plan, a fines del veinte, cuando tratamos de entrar al primer mundo por la ventana, ni siquiera eso.
Resulta tentador decir que la Legrand, con sus toques afrancesados, mohines conservadores y modales de salón elegante, es un símbolo de la devoción por el viejo continente, mientras que Susana, con sus leopardos, excesos y escándalos varios, un emblema de la plata dulce dilapidada en Miami. Tentador y errado. La glamorosa diva de los teléfonos es capaz de llevarnos a China si hace falta; en ella el destino de llegada da igual, lo que realmente importa es la inconsistencia con que emprendemos el viaje.
La sociedad que acunó a Chiquita exigía currículum, la que entronizó a Susana ya no lo necesita.
Buena, mala o regular, Mirtha Legrand era una actriz. Es decir, tenía una profesión concreta, con parámetros universales, premios, castigos. Susana Giménez es un fenómeno y punto. ¿Modelo? ¿Actriz? ¿Conductora?
Susana es Susana.
En los tiempos de la Legrand el encanto se exportaba envasado, manufacturado según normas industriales, en los de la Giménez se vende suelto, cultivo de esta tierra sin procesar.
La Argentina de La Señora aspiraba a construir electrodomésticos con el dinero del trigo, se obligó a producirlos aunque dejaran mucho que desear. La de Su fabricó plata con plata (patria financiera) y actualmente vive de la soja.
Queremos tanto a Susi porque con sólo apelar a su increíble carisma, logró fama, fortuna, reconocimiento, popularidad, y el nada desdeñable derecho a hacer lo que le viene en gana.
¿Hay otro sueño más argentino?
Si la comunidad internacional respondiera a los mismos estímulos nos condonaría la deuda.
A la Giménez le perdonamos todo (por la mitad no dudamos en dilapidar a Mirtha). ¿Quiere ser sexy a los sesenta? Ahí estamos nosotros para jugar su juego. ¿Algún problema legal la roza? Seguramente es culpa de los inescrupulosos que viven de la estrella.
¿Reglas a mí?
Susana es (y seguramente seguirá siendo) deliciosamente inimputable, alcanzó los fueros extraordinarios que el ciudadano promedio reclama frente al mundo. Simboliza el poder del “encanto argentino” (ampliamente reconocido en todas partes), esa chispa despojada de combustible que si bien nunca termina de encender, retiene el potencial de seducir una y otra vez sin dar demasiadas explicaciones, ni rendir comprometedoras cuentas.
¿Un muchacho como yo?
De los cuatro jinetes, Tinelli es el único “llanero acompañado”, los demás se aferran al mote de solitarios. Marcelo viene en barra, aunque, comparado con la dimensión de su figura, el coro que lo secunda (muchos muy talentosos) es apenas una versión más llamativa de los míticos “susanos”.
En términos de análisis el cabezón y su troupe son un “bocato di cardenale”; especialmente él, porque está rodeado de algo semejante a un equipo. Puede aportar pistas sobre cómo se relaciona un líder local con sus seguidores.
Todos unidos triunfaremos. El problema es que la hipótesis nunca pudo probarse, sólo esporádicamente nos juntamos para algo productivo.
Sean cual fueren las bondades naturales de un país (incluyendo las capacidades de los ciudadanos), el éxito depende de la habilidad para definir, sostener y defender un proyecto común, proyecto que, además, debería derramar bondades en múltiples direcciones. O sea, tiene que servirle a la mayoría (casi, tampoco es cuestión de andar reclamando milagros).
El fracaso de la “convivencia entre hermanos” no viene solo. Las naciones con problemas de relación suelen padecer el “síndrome del Mosquetero burlado”.
¿En qué consiste?
Todos para uno y uno… para sí mismo.
Derrotas colectivas, éxitos individuales. ¿Resonancias políticas?
Si el genial conductor es un chico simple, de barrio, debemos deducir que en su barriada la gente se muda bastante (la rotación es alta), y tiene ambiciones limitadas. ¿Cómo se explica que nadie intente disputarle el trono?
Quien probablemente sea el mejor conductor de la historia ejerce, con talento y naturalidad, un tipo de liderazgo popular en estas turbulentas pampas, ese que no admite sucesiones ni funda escuela.
¿Hay un segundo de Marcelo? ¿Y un tercero?
Llega el día en que el grupo debe sostener a su representante; es decir, debe defender a aquel que cumple la tarea de empujar la voz de la mayoría. Sin embargo, en nuestro país, ese día estira hasta la exasperación; tiene años, no horas. Y entonces la ecuación pierde sentido.
Todos para uno.
En las sociedades sanas los liderazgos son espacios ocupados por personas, proyectos concretos que necesitan dirección. En las otras se trata de personas increíblemente carismáticas que ocupan el vacío, dibujan en el aire la ilusión de camino a seguir, claro que el vacío es nuestro, un tornado potente alimentado de fracasos colectivos. Pueden parecer voraces pero la tarea que les encomendamos no es menor. A su manera se hacen cargo.
¿Demandan fidelidad eterna?
Los líderes nativos cobran caro, en efectivo, y siempre estamos dispuestos a pagarles mejor.
Si un reproche le cabe a Marcelo Tinelli es sólo el de representar con alegría veraniega, la parodia de un puñado de argentinos jugando al equipo, nota de color en el mundo del espectáculo, tragedia de dimensiones griegas cuando se extrapola al conjunto de la sociedad argentina.
La mano de Dios:
En su biografía, la legendaria actriz mexicana María Felíx cuenta que, al salir de un estudio de filmación, en la década del cuarenta, una señora muy humilde le entregó la siguiente nota: “Por favor María, mi hijo está gravemente enfermo, aquí le dejo este pedido para la Virgen de Guadalupe, acérqueselo usted que está más cerca de Dios.
De existir personajes que están más cerca de Dios, Maradona es uno de ellos. La definición ahuyenta toda connotación religiosa (o casi), simplemente se trata de talentos de una dimensión tal que, su sola presencia remite al intangible toque celestial; la mano de Dios.
A años luz de Mirtha, Susana y Marcelo, en Diego la fama es apenas un condimento, también es ídolo, referente, genio. Se lo puede incluir con justicia en casi todas las categorías, un dotado que delata la promocionada simpatía de El Supremo por estas alejadas comarcas.
Dios es argentino y el Diez la documentación viviente que prueba su identidad.
Ahora bien, si Dios nació en Argentina, ¿por qué razón derramó dones sólo sobre Maradona?
Conviene revisar el pasaporte Divino.
Con su tránsito meteórico desde Villa Fiorito hasta el ombligo del mundo, el genial jugador cumplió otro viejo sueño nacional; este es, abrazar la cima gracias al talento sobrenatural que se supone abunda por aquí. Más que un jugador excepcional es un botón de muestra (el más internacional nacido de este suelo) de las abundantes capacidades criollas, entre ellas, una innata disposición a resucitar cada tanto que sorprendería al Ave Fénix. Y encima llegó con el fútbol, deporte que nos calza cual guante, donde viveza, carisma y rapidez mental (atributos bien de acá) brillan como en ningún otro. El problema es que mientras en él, el genio es una realidad concreta, en el resto de la sociedad apenas un mito que, de repetido, huele a verdad.
Décadas de “Granero del mundo”, “Argentina potencia”, “Primer mundo”, nos convencieron. La “inmortalidad maradoneana” es destino de arribo, derecho adquirido, él fue el primero, detrás venimos los demás.
¿Somos los argentinos un grupo de cráneos, merecedores de reconocimiento universal?
Es innegable que en las tragedias (clásicas para un hombre con su historia de vida) y resurrecciones constantes (menos clásicas) nos parecemos. Lo demás es pura ilusión óptica. Deseo.
Diego se mareó en las alturas a las que lo llevó su genialidad, nosotros lo hicimos en las fantasías a las que nos entregamos con devoción patriótica; desagio, uno a uno, corralito financiero (por nombrar sólo desquicios económicos), ¿signos de que necesitamos un tratamiento de rehabilitación colectivo?
La gloria de Diego Maradona fue tan grande que cubrió, a un alto costo para él, la insaciable demanda del mercado argentino, a las doce en punto el encanto se esfumó y, aunque él seguía siendo un príncipe reconocido en el planeta, los demás nos descubrimos calabaza. Lo queremos símbolo, metáfora perfecta (incluso de nuestras derrotas). Sin embargo, más allá del lógico aire de familia, es un dotado que podría haber nacido aquí o en Polonia. Porque estará más cerca de Dios, pero anda dando vueltas por ahí solito y su alma.
Los Cuatro Jinetes:
El imaginario de país poderoso que con devoción conmovedora arrastra Mirtha, ya estaba “jugado” ni bien amaneció el siglo veinte. Si alguna vez fue posible, demandaba combustibles más refinados que petróleo crudo marca Susana, y dinámicas de equipo democráticas, lejanas al modelo “la vida por el líder” de Marcelo y su troupe; emborracharse con la gloria inmensa de un jugador como Diego tampoco fue del todo saludable.
Frente al peligro, el más comprometido de los enfermos salta de la cama y corre. Impulsados por el instinto de supervivencia, los seres humanos vencen casi cualquier tipo de limitación. Sin embargo, limpio el horizonte de catástrofes, hay que aplicarse y retomar los tratamientos.
En plena crisis, menudencias tales como “fiebre crónica” suenan a excentricidad, ahora que la tormenta amainó retoman protagonismo. ¿Pensaban que el desplazamiento atlético del paciente era otro milagro argentino?
Somos una sociedad carismática hasta la caricatura que no puede juntarse a tomar café sin batallar, vive atormentada por la sombra de un proyecto faraónico al que nunca renuncia totalmente, y encima le llueve ese ídolo inmenso capaz de inflarle el ego.
Aunque emparentados con el artificio y la prefabricación, los Cuatro Jinetes representan una “reserva natural de data” que conviene salvar de la depredación. Si queremos saber de nosotros mismos, debemos cuidarlos.
¿Por qué?
La vigencia de próceres, ídolos y demás yerbas, suele estar fogoneada por la ideología del poder en tránsito. Según convenga, Juan Manuel de Rosas es héroe o tirano; lo mismo Perón, Borges y cuanto personaje célebre asome en el espinado horizonte criollo. Ahora bien, por más que usan a los ultra famosos locales de considerarlo pertinente, los poderosos no logran domesticar su espíritu salvaje, mañoso y elástico, forjado en las nada complacientes aguas del arte de entretener a las masas. Si algo aprendieron los hipnotizadores argentinos es que, mientras los inquilinos pasan, ellos, verdaderos dueños del escenario, siguen ahí, siempre listos para recibir locatarios nuevos que, sospechan, también pasarán.
La fama es puro cuento, uno que bien vale la pena leer. Porque la verdad se oculta a la vista de todos, en segmento prime time.
Hace años que el marketing ignora los abordajes macro. Todo es segmentación. ¿Resultado? Profesionales expertos en conductas de personas que desconocen. Pretendemos mirar tan de cerca que ya no sólo la visión del bosque está en riesgo, también el árbol teclea.
Conviene tomar distancia, especialmente en los días que vendrán. Un planeta cada vez más temeroso recurrirá sin avergonzarse a conceptos “globales” del tipo identidad, nacionalismo (las amenazas aglutinan) Y Argentina no es un isla. Los sueños y fantasmas colectivos piden pista.
El trote solitario de los Cuatro Jinetes (el resto camina a pie) nos indica que, sutilezas mediante, poco cambió en los últimos cien años.
Pasado lo peor, nuestros delirios históricos vuelven a orbitar sobre el ánimo del consumidor, atraviesan edades, profesiones, niveles socioeconómicos. Son las constantes ignoradas por la comunicación de nicho. Subyacen al cotidiano “ama de casa de NSE C2 que vive en…”
¿De qué temperatura hablamos? ¿Cuán persistente es la fiebre?
Al igual que sus sosias bíblicos (Los Cuatro Jinetes de Apocalipsis), Mirtha Legrand, Susana Giménez, Marcelo Tinelli y Diego Maradona, nombran los conflictos clásicos de la apocalíptica sociedad argentina.
Cualquier proyecto político, social o comercial que ignore los resistentes sueños de grandeza del argentino medio, está destinado al fracaso (incluso si se quiere ir contra ellos hay que enfrentarlos).
“Uno termina odiando el don que Dios le dio”, decía la cantante lírica Maria Calas. Imaginen qué sentimiento despierta el don (verdadero o supuesto) desplazado, o minimizado por la cultura imperante.
¿Sacamos pasaje a un país cercano a nuestra realidad concreta? ¿Aprendimos la lección?
El paso firme y seguro de los Cuatro Jinetes sugiere que no.