Se acaban de cumplir 100 años de la cinta de montaje, inventada por Henry Ford el 7 de octubre de 1913 en una fábrica de Detroit que pronto se expandió a la industria automotriz norteamericana. Ese sistema de producción resultó decisivo a partir de Pearl Harbor cuando se detuvo la producción de autos y se empleó para construir aviones, barcos y otros vehículos bélicos.
Para Peter Drucker, gran maestro de gerentes, la primera revolución fue de cuño norteamericano y encarnó en la invención de Henry Ford; no obstante, Drucker terminó minando la revolución que había proclamado al decir que el verdadero generador de riqueza es el conocimiento.
La primera consecuencia social de la innovación de Ford fue facilitar el ingreso de mujeres en las fábricas, en reemplazo de los varones, enviados a los distintos frentes de batalla. Su método de producción, mejorado con el paso de los años, favoreció el adiestramiento de emergencia e hizo que las novias, esposas e incluso las madres de los movilizados pelearan y ganaran su propia guerra sin salir de su país.
En su apogeo, la movilización industrial de las mujeres causó una profunda fractura de su condición socioeconómica, que terminó con viejos prejuicios y acuñó una liberación femenina de múltiples efectos, que apenas terminada la contienda el cine comenzó á reflejar en toda su dimensión con filmes como “Lo mejor de nuestra vida” de 1951.
Pero antes, en 1936, Chaplin ambientó su feroz denuncia en la peor etapa de la Gran Depresión, donde el vagabundo encuentra trabajo en la cinta de montaje de una gran fábrica, en la que es forzado a ajustar la tuerca que le asignaron para no parar una máquina cada vez más veloz y exigente hasta volverse loco.
La publicidad tampoco se distrajo de esa gran fractura laboral provocada por la Guerra. En 1942, las obreras de las fábricas fueron movilizadas anímicamente por una campaña protagonizada por el personaje de “Rosita, la remachadora”, cuya efigie en ropa de trabajo asomó bajo el título de “¡We can do it”!, lejano antecedente de la abreviada sentencia contemporánea de Nike. Más elocuente que el título era el gesto de Rosie, de doble lectura porque mientras mostraba el músculo de su brazo derecho hacía un corte de manga a los adversarios. La mujer que prestó sus rasgos a Rosie falleció si mal no recuerdo a principios de este siglo, y fue motivo de grandes homenajes editoriales en los grandes periódicos norteamericanos.
La industria automotriz norteamericana no tardó mucho en rechazar la “estandarización excesiva” en que se empeñó Henry Ford, y por el que pagó en carne propia las primeras consecuencias. General Motors advirtió que la ampliación del mercado abierto por Ford reclamaba una mayor variedad y flexibilidad ( “Puede comprar el color que quiera siempre que sea negro”, bromeaba en serio Ford ) que fueron modificando parcialmente la línea de montaje.
En un sentido más profundo, el tema fue tratado por el inglés Aldous Huxley, descendiente de una familia de científicos y considerado en su tiempo “el novelista más inteligente de Europa”, en un ensayo titulado “El tiempo y la máquina”. Para Huxley, el tiempo tal como lo conocemos es apenas anterior a los Estados Unidos y constituye “un subproducto del industrialismo”, tanto de las fábricas como de las oficinas.
Pero que de alguna manera, el automatismo inaugurado en Detroit cien años atrás, y satirizado por Charlie Chaplin unas décadas después, tuvo un rebote positivo en la preocupación por los recursos humanos y la fidelización del personal que actualmente disfrutan obreros y empleados.