En las universidades argentinas ni Ratto ni Casares podrían enseñar publicidad.
Tampoco Ogilvy ni Bernbach. Ni casi todos los grandes publicitarios, vivos o muertos, de la publicidad local o internacional. Hace falta un título universitario, aunque sea de agrimensor o dentista.
Las universidades les cobran mucho a los alumnos y les pagan poco a los profesores. De los que tienen título universitario, muy pocos son o han sido buenos profesionales.
En cambio, cualquiera puede ser Presidente de la República. Pero hace falta un registro profesional para ser taxista. Y muchos no saben donde queda Esmeralda y Corrientes.
Para ser publicitario hay que tener condiciones y conocer el lugar en donde se trabaja y a su gente.
La mejor publicidad del mundo es la inglesa. En Inglaterra. Y la boliviana, en Bolivia. Nada es bueno si el “target” no lo entiende.
Para ser publicitario hay que haber leído mucho, ir mucho al cine, a la cancha y, sobre todo, al supermercado.
No está mal saber algo de teología, porque desde hace 2.000 años los cristianos y más de 5.000 los judíos, han convencido a casi todo Occidente de la existencia de algo que nadie vio.
La publicidad debe ser ética. No se puede entusiasmar a los niños con algo que los padres no pueden comprarles.
Y los popes de la publicidad mundial no debieran viajar siempre en primera ni alojarse en hoteles exclusivos.
Es bueno ir a Cannes. Pero no es bueno crear para Cannes.
Si pudiera volver a empezar estudiaría Ciencias Económicas porque la publicidad, también, es un negocio.
Gabriel Dreyfus