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REFLEXIONES LIGERAS

¿Es malo ser mediático?

Hoy, en pleno predominio social de los medios, una palabra derivada, lo mediático, se utiliza casi siempre en contextos negativos, asimilándola a actitudes artificiales u oportunismo. Pero el tema tiene varias puntas que merecen ser investigadas.

¿Es malo ser mediático?
Por Edgardo Ritacco (*)
La palabra, tal vez, merecería tener mejor imagen. Pero no la tiene: cuando a alguien lo tildan de “mediático” no lo están elogiando, precisamente, en los tiempos que corren. A Chacho Álvarez sus detractores lo acusaron, ante todo, de ser un político mediático. Más allá de algunas chanzas que se hicieron y se hacen en torno a sus recurrentes renuncias, la principal objeción que se le ha hecho al ex vicepresidente gira en torno a esa ubicua palabrita. Las conferencias de prensa en el ya famoso café Varela Varelita (un nombre evocador de los alborotados años ‘50) constituyeron el punto culminante de su “adicción mediática”, como llegaron a calificarla. Habría, entonces, que preguntarse: ¿es tan malo ser mediático? Más específicamente aun: ¿es tan malo ser mediático en una época en que los medios son el personaje omnipresente de la sociedad? Para muchos, ser mediático equivale a tener una doble actitud: una para la vida privada y otra para los medios. De lo que se deduciría, según esta visión, que “mediático” es una palabra que revela a una personalidad artificial, pura apariencia, oportunista, calculadora y, si se está hablando de un político, desaprensiva de los reales problemas del país. Los medios –no es novedad– son hoy por hoy omnipresentes. “Verifican” la realidad, cuantifican víctimas y victimarios, denuncian y juzgan actitudes deshonestas, revelan intimidades, detallan nimiedades, edulcoran algunos malos tragos y descontextualizan ideas y acciones. Almuerzan y cenan con la gente (en la casa de cada uno), informan sobre salud, cocina, horóscopos y minucias, consagran héroes fugaces y descarnan, a veces hasta el paroxismo, a los que caen en desgracia. Si son tan poderosos los medios (muy especialmente la TV, pero sin descartar a los demás), ¿por qué es tan malo ser mediático, es decir, adaptarse a ellos, utilizarlos para sus fines personales, darles el alimento que necesitan cada día? Tal vez precisamente por todo eso. Hay ciento y una falsedades “obligadas” que tienen su raíz mediática. Por ejemplo, en plena huelga de la semana pasada, el presidente De la Rúa les dijo a los movileros que esperaban su paso en el Aeroparque antes de salir para Cañada de Gómez: “Es al país al que dañan con este paro. Yo sigo trabajando y gobernando. No apresuren el juicio, no se dejen llevar por slogans”. Y un minuto después: “¡Muchachos, vamos a crecer!”. ¿A quién estaba exhortando el presidente? ¿Al puñado de movileros jóvenes que corría tras él antes de que se les escurriese por la escalerilla del pequeño avión? ¿A todo el pueblo argentino? Ese absurdo ab initio de hablar a quienes sólo reflejan a muchos otros podría ser entendido si el reflejo fuera automático: mero registro o grabación de las palabras del funcionario. Pero los movileros preguntan, a veces agresivamente, discuten, gritan. No son la copia fiel de los receptores del mensaje. Son el intermediario mediático. Ni siquiera son los más expertos en el trabajo de intermediación informativa, que es el periodismo. Son los nuevos, los que acatan todas las órdenes, los no especialistas. “¡Muchachos, vamos a crecer!”. ¿A quién le hablaba el presidente? Lo mediático es tan absurdo e incómodo como las famosas fotos de estrechamiento de manos, que la televisión revela con crueldad cuando se demoran diez o veinte veces más que un normal saludo, para que ningún fotógrafo se pierda la “instantánea” (palabra irónica si se la aplica en estos casos). Entonces uno ve como Arafat y Barak siguen dándose la mano, pero mirando a cualquier parte, como si ese contacto carnal fuera el castigo que se debe soportar en aras de lo mediático. O la secretaria de Estado Albright haciendo de tripas corazón en el mismo acto frente al joven líder de Corea del Norte. O Moyano con Patricia Bullrich. La TV revela con crudeza los límites que nunca aparecieron en las fotos fijas. Hay gente que cobra por aparecer en la TV y hay gente que paga para estar. Hay “elencos estables” de aplaudidores y claques, discutidores y maleducados, emotivos y sensibleros, torturados psicológicamente y despreocupados de pelo revuelto. Todo conforma la ¿última? capa de la torta mediática. Son lo que no son, casi siempre, pero terminan siendo cada vez más lo que aparentan ser. Empiezan a creerse el papel, empiezan a internalizar la idea de que son famosos. No en vano cualquier estrellita deportiva o del espectáculo (anche más de un político ambicioso) tiene siempre a mano aquella muletilla de “a mi en la calle la gente me para para decirme esto o lo otro”. Acusados de corrupción, por ejemplo, con curso rápido de “homo mediaticus” (disculpen el barbarismo), muchas veces apelan a ese recurso: “A mí me para la gente en la calle y me dice no afloje, no se deje vencer por esos tipos”. Y en la cuadrada pantalla de la TV, en la intimidad de hogares o en la ruidosa algarabía de cafés, confiterías y clubes, el hombre queda, por un instante, jugando el papel de víctima. Ha invertido los roles. Es, a su manera, un mediático. Pero cuando un gobierno no acierta con su política de difusión, lo primero que le dicen (los que lo apoyan o los que aspiran al puesto de difusor) es que está fallando la comunicación. Frase que reconoce el valor de lo mediático como motor de reacciones y como agente de cambio en el estado de ánimo de la gente. Y muchos funcionarios se suben al carro para lamentarse de que sólo se conocen las malas noticias, y nunca las buenas. El mismo viaje del presidente a Cañada de Gómez, al margen del valor que tiene la ayuda y la buena intención del gobernante, fue recibido en muchos ministerios en la jornada del viernes pasado como una manera de quitarle al paro el monopolio de la noticia de los diarios del sábado. Otra vez lo mediático entremezclándose con las cosas verdaderas, desvirtuándolas. Por eso es tan difícil contestar tipo blanco o negro la pregunta de si lo mediático es malo per se. Pero no pierda las esperanzas: tal vez en poco tiempo un talk show aborde el tema y se terminen sus dudas para siempre. (*) Director periodístico de la revista El Publicitario
Redacción Adlatina

por Redacción Adlatina

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