Arquitecto, inventor y filósofo estadounidense, Buckminster Fuller influyó en varias generaciones de arquitectos e ingenieros con su optimista visión de un mundo transformado por una aplicación eficaz de la tecnología y los recursos. Más allá de que la gran mayoría de sus proyectos, desde los coches con tres ruedas hasta los edificios ligerísimos transportados por zeppelins o ciudades submarinas, fracasaron o nunca llegaron a ver la luz. E incluso los que sí tuvieron éxito -como sus célebres cúpulas geodésicas- parecen hoy reliquias olvidadas de otro tiempo, es un personaje que aún hoy llama la atención.
¿Por qué fascina todavía su figura, y por qué se mencionan sus ideas una y otra vez en el trabajo de los mejores científicos, artistas y diseñadores de nuestro tiempo? Para poder contestar esto, 25 años después de su muerte, el Museo Whitney de Nueva York explora la vigencia de su legado en
“Menos es más”
No es fácil saber quién fue realmente Fuller, ya que su vida se oculta detrás del mito de un personaje que él mismo estuvo encantado de alimentar. Pero la historia oficial es, más o menos, la siguiente. Fuller nació en 1895 en Massachussets y murió a los 87 años en Los Angeles. Es una de las figuras más importantes de la intelectualidad americana del siglo pasado. Conocido por su visión utópica pero también por su pragmatismo de carácter orgánico, este personaje trabajó en el desarrollo de casas, automóviles, medios de comunicación e, incluso, se dedicó a la cartografía. Su máxima era “más por menos” y su influencia en artistas, diseñadores, arquitectos, ingenieros o matemáticos de la época fue determinante.
Hijo de una de las familias más prominentes de Nueva Inglaterra, mal estudiante expulsado dos veces de Harvard, a finales de los años veinte una crisis personal lo lleva al borde del suicidio. El resultado de esta epifanía personal lo lleva a entender que su “vida no le pertenece, sino que es propiedad del universo”.
A partir de ese momento, toda su vida y sus obras fueron como un experimento donde él fue la cobaya, en un intento de responder su pregunta: ¿Qué puede hacer un individuo cualquiera por mejorar la vida de toda la humanidad, sin hacerle daño al planeta? Adoptando como lema la idea de crear “lo máximo con los menos recursos posibles”, Fuller se lanza a promover proyectos que replantean por completo los parámetros de la vida cotidiana bajo la marca Dymaxion, una contracción inventada de las palabras Dynamic Maximum Tension (Máxima tensión dinámica) que se convertirán en su empresa.
Aquí nacen el Coche Dimaxion -un auto capaz de girar sobre sí mismo y que en el futuro debería poder volar-, el Mapa Dymaxion -capaz de proyectar el globo en un poliedro para desplegarse en una red de muchas formas diferentes- y
Un visionario utópico
En muchos sentidos fue un adelantado de su tiempo. Aseguraba fuertemente que las sociedades humanas dependerían muy pronto de las energías renovables como la solar o la eólica. También, dijo que las computadoras cambiarían al mundo. Fue innovador incluso en su vida personal ya que consiguió vivir bajo un sistema que le permitía dormir tan solo dos horas y rendir plenamente durante todo el día. “Algo que tuve que dejar a los dos años por incompatibilidad con el resto de los mortales”.
Una de las características más importantes en la figura y el trabajo de Fuller fue la ambición de crear vínculos entre todas las prácticas, algo que es de vital importancia para entender no sólo la cultura sino también el desarrollo y la innovación desde la década del sesenta. Quiso en todo momento que desapareciera la brecha entre ciencias y humanidades, algo que sin duda revertiría en la mejora de la condición humana.
Este americano perdió a su primera hija en 1927 víctima de una neumonía. El dolor y un enorme sentimiento de culpa por no haber mejorado las condiciones de habitabilidad de la casa en que vivían, lo hizo lanzarse a la búsqueda de mejoras del sistema de vivienda americano. Diseñó un modelo de vivienda unifamiliar hexagonal suspendido de un mástil central que podía producirse en masa de un modo rápido, eficaz y barato. Creó también un modelo de casa llamado Dymaxion, que se cargaba con energía solar y del que pronto creó un modelo alternativo para coches.
Entre sus obras paradigmáticas destaca la cúpula geodésica, realizada en 1949, una de las estructuras más potentes y económicas, que podía sostener su propio peso sin ningún límite. El gobierno aplaudió el invento y pronto construyó numerosas cúpulas para el ejército. En pocos años, estaban repartidas por todo el mundo y aun hoy se pueden ver en muchos lugares.
A partir de 1948, ya profesor del Instituto de diseño de Chicago, trabajó junto con sus alumnos en el desarrollo de una estructura de vivienda autónoma pensada, quizá anticipándose al temor de
Fuller fue un creador genial pero también polémico. Son conocidas sus discusiones con multitud de arquitectos sobre la viabilidad de sus proyectos, muchas veces tachados de utópicos. Pero era un amante de la vida y del hombre. Definía la riqueza en términos de conocimiento como la “capacidad tecnológica de proteger, criar, apoyar y acomodar todas las necesidades de la vida”. Son muchas las ideas que afloran a la hora de recordar su trabajo y su persona pero una de las que más se ajusta a lo real es, quizá, su voluntad de construir estructuras “poéticamente económicas”.
La exposición dedicada a este hombre de la cultura irá, tras su paso por Chicago, a la librería de Stanford en California.