Publicidad > Chile | COLUMNA EXCLUSIVA PARA ADLATINA
Redacción Adlatina |
Por Rodrigo Francischini
COO & business director de TBWA Frederick, Chile
De un sopetón, a la fuerza y sin anestesia. De un día para otro, todos estamos trabajando desde la casa. El llamado home office pasó de ser una experiencia de pocos a una realidad de muchos. No hubo tiempo para planificar ni para hacerlo gradualmente: simplemente despertamos todos en la casa a trabajar.
Particularmente en nuestra industria, la gran mayoría de las agencias ha adoptado el trabajo remoto para todo el staff. Una muy buena señal de conciencia social, respeto y preocupación por nuestros colaboradores. En general, para algunos ―sorpresivamente― las cosas han funcionado.
Las agencias creativas están demostrando su capacidad de adaptación, atendiendo a sus clientes de forma eficiente y responsable. La innovación es inherente a nuestra industria, lo que nos hace más abiertos y cercanos a la tecnología. Las videoconferencias, los drives en la nube, las herramientas de comunicación y colaboración en equipo y de organización de tareas son parte de nuestro día a día desde hace tiempo, lo que sin dudas favoreció nuestra transición a esta nueva realidad. Pero no necesariamente ha significado una transición menos traumática.
En términos de productividad sí lo estamos logrando, ya que estamos en contacto permanente con los clientes y con nuestro equipo. Establecemos protocolos y flujos de trabajo que han funcionado bien. Trabajamos estrategias, creatividad y hasta producciones de forma remota.
¿Pero qué pasa más allá de lo laboral, qué pasa con las personas? Y ahí está la gran disyuntiva que muchos de nosotros enfrentamos día a día. Antes de la pandemia existía un anhelo casi transversal por tener más flexibilidad en los horarios de trabajo, por la posibilidad de trabajar home office, que eso de estar todos los días en la agencia ya no era necesario y muchas veces hasta sonaba arcaico. Nos cuestionamos si efectivamente era necesaria una oficina física con espacio para todos los colaboradores de forma simultánea, si lo virtual era capaz de sustituir lo presencial y muchas preguntas más.
Y ahora que nos vemos obligados a trabajar todos los días desde la casa, ¿cómo nos sentimos? Aquello que era un deseo laboral se transformó en un desafío personal.
Yo personalmente pienso que la casa, o mejor dicho el hogar, es un lugar para desconectarse del trabajo y conectarse con la familia y con uno mismo, el espacio al cual se llega a descansar y a inspirarse para un nuevo día.
Cuando el trabajo invade ese espacio me genera un sentimiento extraño, como si se mezclaran los dos mundos que por definición son distintos. Uno siente que no deja de trabajar nunca y, al mismo tiempo, que no está produciendo como debería.
Es una sensación rara, una ambigüedad que nos desafía en el ámbito personal y profesional.
Siempre conectados y, al mismo tiempo, desconectados.
A muchos les puede parecer una tontera, una opinión anticuada, pero yo extraño ir a la oficina.
Si antes no me gustaba traer el trabajo de la oficina a la casa, ahora necesito sacar el trabajo de mi casa y llevarlo nuevamente a la oficina.
El home office es bueno, pero sólo una o dos veces a la semana; todos los días, no.