Publicidad > Global | EL ESPACIO DE ALBERTO BORRINI
Alberto Borrini |
“Todo lo que pienso lo digo. Ya no tengo edad de tener miedo a nada”, dijo una década atrás, a los 81 años, Giovanni Sartori, uno de los padres de las modernas ciencias sociales y políticas y agudo analista de los mass media. Pudo darse el gusto mucho tiempo más. Murió hace unos días, a los 92, en la misma ciudad italiana, Florencia, en la que había nacido.
Una grave enfermedad respiratoria lo quebró al final, pero no perdió ni la lucidez ni su incisiva ironía, hasta el punto de predecir en una de sus últimas entrevistas, concedida a Elisabetta Piqué, corresponsal del diario La Nación en Roma, el triunfo de Donald Trump en las inminentes elecciones norteamericanas.
“Es que el Homo Videns, que no entiende más que lo que puede ver con sus propios ojos, ha tenido tanto éxito que se convirtió en el Homo Cretinus”, ironizó. Y lamentó enseguida no haberle puesto este título al libro en que trató el tema. Es parte de mi homenaje encabezar así esta nota.
Muchos, entre los que me cuento, quisiéramos a una edad en la que comenzamos a sentirnos sobrevivientes poder decir sin filtros todo lo que pensamos tras las huellas de un pasado que sentimos intenso en la tarea que elegimos. Pero pocos lograríamos el efecto que causó la confesión de Sartori en todos los países donde personalmente, o a través de sus libros, traducidos a decenas de idiomas, enseñó a pensar la democracia con la honestidad, la inteligencia y el rigor que lo caracterizó.
Su deceso motivó que corriera a mi biblioteca para comprobar si aún tenía el ejemplar de Homo Videns. La sociedad teledirigida, la obra con la que cosechó más lectores fuera de la comunidad académica. Estaba. La editorial Santillana lo lanzó en español en 1998, lo leí y comencé a subrayar ese mismo año.
Los párrafos enteros marcados no pesan, pero sí la cantidad de recortes que fui insertando entre sus páginas, hábito que adquirí en prevención de los fatales primeros fallos de la memoria. Entre ellos se coló un chiste gráfico aparecido en El País de Madrid en el que, a la entrada de un estudio de Casting TV, uno de los monigotes dice a los sorprendidos aspirantes: “Buenos días a todos. Para evitar esperas innecesarias, los que sepan leer y escribir pueden irse. Muchas gracias”.
Creo que lo mejor es reproducir aquí algunas líneas que recalqué en su momento, y comenté marginalmente, porque son las que más me conmovieron y mencioné en varias de mis columnas sobre la televisión, causante de “teledirigir” a la sociedad en el pensamiento de Sartori.
“La información no es conocimiento. Por sí misma, la información no lleva a comprender las cosas. Se puede estar informadísimo de muchas cuestiones y a pesar de ello no comprenderlas”.
“Los noticieros de televisión ofrecen al espectador la sensación de que lo que ve es verdad, de que los hechos suceden tal como él lo ve. Pero no es así. La televisión puede mentir y falsear la verdad igual que cualquier otro medio de comunicación… Sólo que hace a la mentira más eficaz y por lo tanto más peligrosa”.
“La verdadera desinformación no es informar poco sino informar mal, distorsionando… A las estadísticas falsas hay que agregar, como factor de distorsión, la entrevista casual, realizada por un entrevistador que se manda a la calle para cubrir un acontecimiento, incluso un no acontecimiento, e interrogar a los que pasan… Se pretende que es la voz del pueblo la que se hace oír, pero esto es una falsedad absoluta”.
“Los sondeos de opinión consisten en respuestas que se dan a preguntas… Pero esta definición aclara dos cosas: que las respuestas dependen del modo en que se pregunta, y también que, frecuentemente, el que responde se siente ‘forzado’ a dar respuestas improvisadas en ese momento”. De hecho, argumenta Sartori, las respuestas son débiles, interactúan entre sí, y es raro que alguna vez recojan opiniones profundas.
La despedida de la corresponsal de La Nación es bastante más chica que la de El País de Madrid. Pero al centrarse más en la relación de Sartori con nuestro país, que visitó en varias oportunidades, brinda la ocasión de conocer su pensamiento acerca de nuestra democracia a lo largo de varios años. Declaró en 2004 que “la Argentina tiene un potencial económico extraordinario; no está superpoblado, posee enormes recursos naturales y una clase media educada. Es el país más afortunado de América latina aunque nadie se dé cuenta”. Ni siquiera, acaso, los propios involucrados.