Publicidad > Global | LA COLUMNA DE MARIANA HERNÁNDEZ
Redacción Adlatina |
Hace un par de semanas fui al congreso de Psicología Positiva en Los Ángeles. Este movimiento científico es relativamente reciente en la psicología y nace como respuesta a una historia previa enfocada a minimizar los elementos negativos (malestar o enfermedad emocional) más que a aumentar los positivos, es decir, cualidades y fortalezas.
No estamos muy acostumbrados a hablar de lo positivo, aunque es una tendencia natural en todos, y por más extraño que parezca, la verdad es que hemos sido socializados y moldeados a responder con más intensidad a lo negativo. Es más fácil criticar que alabar (miren qué bien le va a muchos críticos) y es así como los estudiosos de esta nueva rama de la psicología están luchando fuertemente por darle un carácter científico y riguroso, y lo están logrando: la cantidad de estudios académicos en diferentes temas (voluntad, amor, esperanza, propósito, creatividad, inspiración...) es impresionante.
Inevitable, además de aprender más del ser humano, sus bondades y extravagancias, fue enlazar los contenidos con el rol de la publicidad como parte de la cultura popular y, por tanto, como generadora de tendencias de pensamiento y posturas ideológicas. Lugar que la publicidad se ha ganado a pulso a día de hoy y que aun no es del todo suyo pero hay grandes avances.
Las buenas causas han sido efusivamente premiadas y admiradas en todos los festivales y cuando integran entretenimiento, todavía mejor: son aun más comentadas y seguidas por los usuarios; la gente quiere hacer el bien, es algo como decía antes natural, pero pasándola bien. Es una situación favorable en todos los sentidos, todos parecen ganar, las causas y sus seguidores. Estoy segura de que al repasar la última edición de Cannes desde esta perspectiva, el punto se hace evidente.
Este ensanchamiento del papel de la publicidad en nuestras vidas nos compromete y nos llama a redefinir también nuestro rol como creadores y pensadores. Pienso en dos consecuencias directas, al menos.
La primera es ocuparnos todavía más de cultivar, enseñar y hacer crecer a nuestra gente. El talento detrás de las ideas tiene que evolucionar para responder a este papel más grande. Esto tal vez implique estudiar nuevas cosas, conocer mejor las necesidades y búsquedas de la gente, entender los vacíos de poder y de significado que existen. Esos vacíos son espacios fértiles para sembrar nuevas ideas. Hay que seguir formando y estimulando a nuestras cabezas y parece que es una obviedad, pero piensen en su día a día: ¿cuánto tiempo dedicamos a nutrirnos y cuánto a producir, producir y producir?
La otra implicación tiene que ver con explorar más y mejores vías para una publicidad que siga siendo positiva, en el sentido de aumentar lo bueno y no solo minimizar lo malo y que en este camino, siga convirtiendo a los productos y marcas de nuestros clientes en fuentes de mejor calidad de vida y bienestar.
No se trata aquí de levantar preceptos morales o dar reglas de conducta. No. Es estar más atentos a los corazones y al alma de la gente, contactar con esa búsqueda permanente de sentido que todos tenemos –y que está moviendo miles de millones de dólares en terapias, lecturas, talleres, mundo Zen y crecimiento personal- para continuar dando respuestas edificantes, que motiven, que enseñen algo, que enciendan una chispa, que dejen un mensaje, que arranquen carcajadas y que aporten un espacio de relacionamiento constructivo. El mundo se torna a veces hostil y la vida complicada, y aun así, la gente cada día se levanta, lucha por sus sueños y vence sus dragones.