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Redacción Adlatina |

El arte en movimiento

(Por Martín Bonadeo)- La caída de la división rígida entre categorías tan pregnantes como la pintura y la escultura abrió paso para siempre a formas más contemporáneas como el arte de objeto, la instalación y el happening. Tiempo, luz, espacio y movimiento son algunos de los elementos que comienzan a incluirse en las obras de arte que están dejando de ser representaciones del mundo para transforma

El arte en movimiento
Escultura de neón de Bangardini. (Fotos Martín Bonadeo – Gentileza MNBA)

Es invierno. Los árboles de la plaza están sin follaje y con sus ramas despobladas nos muestran su estructura. El sol de la tarde, que apenas calienta, surca la atmósfera en forma trasversal y aplana la forma de la copa del árbol cuando proyecta su sombra. Mientras los minutos pasan, la tierra gira y esta compleja geometría trazada en el suelo varía en forma continua. Casi ninguna de las personas que caminan por ahí está atenta a este fenómeno. Pero la luz solar no es lo único que cambia. Mientras camino, mi punto de vista se mueve, y con él, las fugas de todos los elementos que me rodean. Esta extensa plaza está plagada de esculturas que envidian, desde su posición estática, todos estos movimientos. Junto a ellas, hay dos elementos centrales: un gran piletón y una zona de coloridos y geométricos juegos infantiles. Ambos espacios están rodeados por rejas. A cada paso, los barrotes de hierro producen una interferencia que le genera a mis ojos una graciosa vibración sobre los chicos bajando por el tobogán y hamacándose. Por momentos, el efecto es casi estroboscópico y me hace consciente del paso del tiempo y de la realidad que está constituida por una sucesión de momentos. Este espacio verde está bordeado por dos grandes avenidas llenas de autos, camiones y colectivos que van y que vienen. Pareciera que nada se queda quieto, que todo fluye. En uno de los extremos de este parque se ubica un enorme edificio pintado de bordó.

 

Se trata del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) de Argentina. Allá por 1958, una muestra del artista húngaro francés Víctor Vasarely, en este mismo museo, produjo un cambio de paradigma en muchos de los artistas de la época mientras se vaticinaba la muerte de la pintura y de la inclusión del tiempo en las obras de arte visuales. La caída de la división rígida entre categorías tan pregnantes como la pintura y la escultura abrió paso para siempre a formas más contemporáneas como el arte de objeto, la instalación y el happening. Tiempo, luz, espacio y movimiento son algunos de los elementos que comienzan a incluirse en las obras de arte que están dejando de ser representaciones del mundo para transformarse en presentaciones, en experiencias. Lo que voy a relatar a continuación, es la experiencia que tuve una vez que abandoné la plaza para introducirme en el museo.

 

El renovado Museo Nacional de Bellas Artes

Antes de hablar de la muestra en sí, el museo merece un párrafo aparte. La historia del edificio es extraña ya que originalmente fue una Casa de Bombas de agua perteneciente a Obras Sanitarias de la Nación, reformada por el arquitecto Bustillo para transformarla en un museo. Desde 1933 es la sede permanente del MNBA, pero ha sufrido varias reformas en las que se le adicionó un Pabellón para exhibir las muestras temporarias y se ampliaron algunas salas. Si bien el patrimonio exhibido es de una calidad importantísima, hace unos años empezaron a aparecer algunos problemas edilicios que había que resolver. Durante la gestión de Jorge Glusberg, las paredes internas del MNBA eran blancas y la falta de mantenimiento no ayudaba. En 2004, asumió Alberto Bellucci quien pintó las salas de la colección permanente de colores pastel. En los últimos años, Guillermo Alonso, director del Museo, comenzó a impulsar una serie de renovaciones radicales en el edificio y mi sensación es que está mejor que nunca. Dan ganas de entrar y de quedarse en esas salas pintadas de colores estridentes: rojos, verdes y hasta turquesas que contrastan y resaltan los coloridos del patrimonio del museo. Sus colecciones se lucen y me enorgullecen. Las piezas han sido reorganizadas. Todo se siente más espacioso, más colorido, más vital. Hoy es un museo clásico, atravesado por discursos contemporáneos. La experiencia de la visita mejoró enormemente. Aún está en obras el primer piso y todos esperamos ansiosos la reapertura completa del museo. Pero apoyando estas continuas reformas en el edificio, el museo está produciendo exposiciones de altísimo nivel en los últimos años. Tal es el caso de Real/Virtual.

 

Entrando en la sala

Hay algo misterioso y casi mágico en esta muestra curada por María José Herrera. Gran parte de los muros de las salas están pintados de un gris oscuro casi negro, las fichas de las obras son del mismo color y los textos explicativos en las paredes también son muy oscuros. Sus letras brillan y se ven más por una diferencia de textura que por contraste de color. En esa atmósfera, la gran mayoría de las piezas se presentan como trucos de un mago. Ilusiones, trampas para el ojo que avanza por los recovecos que plantea el recorrido curatorial y lleva el cuerpo detrás de sí. Por lo general, suelo describir con un cierto orden espacial los trabajos que componen una muestra, pero en este caso me resulta imposible y voy a usar el orden en que van apareciendo en mis recuerdos, fotografías y notas.

 

Una obra producida en 1965 por Gregorio Vardanega Graphisme dómbres chromatique fue el primer imán para mis ojos. Un cuadrado blanco con una serie de cuadrados pequeños (33 para ser exactos) que sobresalen de la superficie con un orden concéntrico. Detrás de cada cuadrado hay una luz cálida que se enciende y se apaga en distintas secuencias. La electrónica que produce estas coreografías lumínicas es torpe y ruidosa para los estándares a los que estamos acostumbrados hoy. También llama la atención el uso de lámparas incandescentes que generan mucho calor (hoy algo así se haría con LEDs). Sin embargo, es súper inquietante el efecto que produce. De lejos, casi siempre se ve el recorte en sombras de una figura humana delante de la pieza. La gente se queda largos ratos disfrutando de su calidez, de sus cambios de luminosidad y de los bellísimos trazos de luz y de sombra que se suceden. Produce el mismo efecto hipnótico que logran algunos protectores de pantalla de las computadoras de hoy. Pero es mucho más analógico, más simple y a la vez más rico en matices. Varios trabajos de la misma serie fueron seleccionados para esta exhibición y juegan con recursos similares. En uno son 4 cuadrados concéntricos armados en varios niveles que se iluminan por capa y generan una fuga que va transformándose. Hay otro compuesto por 9 círculos concéntricos que plantean el mismo juego. Pero ya no es más una luz blanca cálida, sino que se trata de luces cromáticas que generan apariencias de movimiento. En el hermoso libro/catálogo que acompaña la muestra esta pieza se encuentra descripta por una serie de cuatro imágenes ya que una sola no es suficiente para darse una idea de lo que generan las luces. Esto mismo sucede con mucho del material expuesto.

 

Recuerdo que el segundo impacto a mis sentidos fue generado por algo casi indescriptible. Una serie de lámparas de colores, hilos de nylon y acrílico que forman dos grupos de círculos concéntricos que se unen en los puntos de luz, como dos arcoíris en la noche. Además, esta pieza de Davite llamada Imagen espacial generativa cinética tiene un motor que produce cambios en las frecuencias. Es muy difícil de explicar, pero es sumamente bella. No me queda otra alternativa que invitarlos a ir y que la experimenten en persona. La misma recomendación cabe para una de las vedettes de la muestra, llamada Generador de imágenes, realizada por Eduardo Giusiano y Jorge Schneider, que produce una serie de tres espectros tornasolados en la pared, que se mueven y bailan constantemente. Es interesantísimo ver la simpleza con la que está construido el aparato que genera estos reflejos en la pared.

 

Lux 2 es una instalación impresionante de Nicolás Schoffer. En una sala pintada de blanco, me encuentro con una enorme pantalla sobre la que se proyectan colores amorfos. En la sala hay música. Los colores varían y van tiñendo las paredes, mi ropa, mi piel y todo lo que me rodea. No puedo evitar dar un paso más y develar el truco, ver que es lo que genera esa psicodelia. Se trata de una especie de proyector de cine y un disco con gelatinas de colores que interrumpen el haz de luz. Entre el proyector, que está oculto detrás de la pantalla, y la superficie de proyección hay una escultura móvil de lo más extraña construida en madera y bronce. El conjunto es una máquina generadora de sensaciones.

 

Le Parc y compañía

Uno de los papás del arte cinético es Julio Le Parc. En 1960 constituye y lidera el GRAV Groupe de Recherche d´Art Visuel. Grupo de investigación en arte visual del que parten muchas de las investigaciones que se desarrollan en la muestra. Si bien la idea de empezar a contemplar la participación del público, el tiempo, la luz y el espacio ya venía gestándose desde 1940, con diversos movimientos como el Madi de Kósice o el espacialismo de Lucio Fontana, las investigaciones de Le Parc continúan de alguna forma la línea de Víctor Vasarely. Entre los múltiples y atractivos trabajos que presenta, llaman la atención sus móviles bautizados Continuales que consisten en hojas cuadradas de diversos materiales colgando de tanzas. Hacia la salida de la muestra hay un continual muy grande hecho de cuadrados de aluminio pulidos como espejos que forma una especie de superficie reflejante móvil en la que uno puede verse fraccionado. La otra pieza de este estilo es similar pero con cuadrados de acrílico rojos traslúcidos sobre un fondo del mismo color. También aparecen algunas de sus piezas clásicas en las que incluye motores. Desde instalaciones muy grandes y misteriosas en las que se ven cientos de reflejos espejados en los muros, hasta figuras en contorsión. Cintas de material reflejante haciendo movimientos bastante aleatorios sobre fondos geométricos. La selección es amplia e incluye dibujos y uno de los lentes con libro de 1969, una de las muchas experimentos visuales de Le Parc. 2012 fue un gran año para este artista, ya que recibió un enorme homenaje en ArteBA y esta muestra es, en cierta forma, un reconocimiento a él y todos los que siguieron por esas huellas.

 

La raíz Kine, el acrílico y los botones

La penumbra es uno de los hilos que articula la mayor parte de la muestra. La baja intensidad de luz ubica nuestra atención en un clima particular. La sensación que tuve en la sala permanentemente es la de estar ante de un espectáculo de música, de teatro o simplemente de una película de cine. Y lo cinético comparte la raíz kine -movimiento- con la gran pantalla. Otros elementos que aparecen a repetición en las obras es el uso de materiales de avanzada para la época como el acrílico, empleado por una gran mayoría de estos artistas, pero en especial por Rogelio Pollesello, Martha Botho y Gyula Kósice, de quien nos ocupamos hace un par de números en esta columna. La transparencia, los pulidos en forma de lente, las coloraciones y las deformaciones son algunas de las improntas que estos creadores imprimen cuando experimentan con el material. Y es interesante también saber que este uso del plexiglás vino impulsado desde el vínculo entre empresas y artistas. En particular con Acrílicopaolini que incentivaba el uso de sus productos a partir de concursos y convocatorias a artistas.

 

Por último, cabe mencionar que es llamativa la cantidad de pulsadores que hay en la sala. Muchas de las obras funcionan a botón. Uno pulsa y la pieza hace su show para luego apagarse. Y hay una razón para que esto sea así: el movimiento y el uso de luz, implican un desgaste natural de las piezas por roce mecánico. De hecho, como decía el gran Tusam y hace años en la televisión, “puede fallar”. Y como es de esperarse con todo lo experimental, algunas de las obras están disfuncionales parcial o totalmente. ¿Cómo se colecciona entonces este tipo de obra? ¿Una obra que puede dejar de funcionar? ¿Qué pasa si se quema una lámpara, un motor o un componente? Todas estas preguntas implican un riesgo alto para el coleccionista, aunque la experiencia de vivir lo que producen las piezas cuando sí funcionan, es impagable.

 

De la oscuridad a la luz

La muestra está armada de un modo que va desde lo más complejo hacia lo más simple, de la oscuridad a la luz. Hacia el final del recorrido, la expo presenta una sala luminosa e iluminada por la luz de afuera, de la plaza que describí al inicio de la nota. En esta última sala se encuentran muchas obras geométricas enmarcadas, en formatos bidimensionales o apenas avanzando hacia la tridimensión. El final de la muestra, en mi caso, fue sentado en un banco dentro del museo, apreciando uno de continuales de Le Parc a plena luz de una enorme ventana mientras pensaba todo lo que acababa de vivenciar.

 

¿Cuál es la parte real de lo que hay en el mundo y cuánto de nuestras sensaciones son construcciones propias del circuito ojos (+otros sentidos) y mente? ¿Cuál es la necesidad de participación de los espectadores que tienen todas las obras de arte? Estas son algunas de las preguntas que aún están abiertas y se retoman en las renovadas salas del MNBA.