Publicidad > Argentina | REFLEXIONES LIGERAS
Redacción Adlatina |
Dudas de poca monta
Hay cosas que parecen seguras, y en las que nadie esperaría encontrar sorpresas. Pero... todo tiene su ‘otra historia’. Y las palabras cotidianas muchas veces encierran otro lenguaje, un poco oculto y un poco sobreentendido.
Por Edgardo Ritacco (*)
Las cosas chicas, cotidianas y normales pueden encerrar sorpresas. Y como nadie espera sorprenderse en esa modesta dimensión, la cuestión se torna más intrigante.
Algunas veces, una palabra pretenciosa o culturosa esconde una costumbre atávica y sin prestigio social. Otras veces, el individuo descubre que lo que parecía un sobreentendido es algo totalmente inesperado.
Y si no lo cree, siga leyendo.
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Las Leyes de Murphy son la legalización del pesimismo. Y el código civil de los escépticos.
Muchos invocan a las Leyes de Murphy para que no se cumplan. En ese caso, son el equivalente intelectual del antiguo “toco madera”.
No es cierto que siempre que algo pueda salir mal, va a salir mal. Lo que pasa es que nadie se acuerda de todas las veces en que salió bien.
Esto último lo dijo un vecino de Murphy. Algo envidioso.
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El boleto es la versión masculina de la boleta. Pero en tamaño reducido.
En Buenos Aires, y aunque la DGI (o la AFIP, si lo prefiere) insista, nadie pide que le hagan la boleta. Seguro que por miedo a que le hagan un acta de infracción de tránsito. O a otras cosas peores.
Desde hace unos años existe la expresión “ser boleta”. Ser boleta es algo terrible. Es como una amenaza que se cobra por adelantado.
Antes, en cambio, el boleto era una mentirilla no demasiado grave. Un tipo contaba boletos generalmente para vanagloriarse. Ahora, en cambio, ese mismo sujeto dice bolazos. Que parece un aumentativo de boleto. Pero con resonancias más telúricas.
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El zapping es uno de los más finos detectores de la impaciencia.
Los impacientes pagan su precio: tienen que cambiar más seguido las pilas del control remoto. O mandar a arreglar el aparatito a los especialistas.
El zapping en televisión se hace con el dedo pulgar. En diarios y revistas se hace con el índice.
El chusco se moja con saliva el índice para el zapping gráfico. No hay información acerca de una costumbre similar para el zapping televisivo.
El que mira un partido en diferido como si fuera en directo (por ejemplo, con una hora de retraso) está tratando de matar al tiempo. O de ignorarlo.
El mundo no suele perdonar estas transgresiones. La maniobra de convertir el diferido en directo tiene varios enemigos: la radio (tentadora, ya que ofrece el resultado final, basta con encenderla), los gritos del vecino, los bocinazos de la calle.
Porque para hacer esa maniobra (y ahorrarse el famoso sobreprecio del codificado), el único camino que queda es irse a vivir en medio de la vasta llanura pampeana.
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Antes, en la calle, el tipo cedía el lado de la pared a la mujer que venía en sentido contrario. Ahora la mujer se escabulle hacia el lado del cordón, por las dudas. Y porque no espera galanterías.
Las antiguas galanterías de los hombres sorprenden a las chicas de ahora. Si las sorprenden demasiado bien, es que se están poniendo nostálgicas antes de tiempo.
Un tipo que hace galanterías es “un caballero”. Palabra que se reserva para cosas como dejar pasar primero a la mujer al ascensor o cederle el asiento en el tren o el colectivo. Y que tiene otro uso: el de las puertas de los baños. Escribir “hombres” en ese lugar parece demasiado fuerte. ¿O demasiado jugado?
También parece grosero un cartel que diga “mujeres”. En el baño las mujeres son siempre “damas”.
Para no meterse en esos vericuetos semánticos, muchos propietarios de los bares, cafés y similares han resuelto reemplazar esas palabras tan resonantes por otras como “ladies” y “gentlemen”. O por simples muñequitos.
El problema es que a menudo en los muñequitos no se distingue bien de qué sexo son.
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Dicen que la tos, como el hipo o el estornudo, es un mal necesario. La tos se puede interpretar de muchas formas. Todo depende del lugar donde se produzca. En una sala de concierto, es un tic contagioso que fastidia a los músicos más pacientes. Es que ahí se tose por snobismo, para no ser menos, para hacerse oír, y, en algún caso, porque se ha secado la garganta.
También hay toses de advertencia. Se tose cuando no se puede hablar. Es algo así como un codazo audible. Claro que el codazo tiene la ventaja de ser más discreto. Siempre y cuando no se lo advierta ni haga gritar al que lo recibe.
Lo peor que puede pasarle a un fumador es que, durante un ataque de tos, algún comedido le recuerde que debe “largar el faso”. Algunos se resisten tanto a la idea que intentan responder –en medio de las toses infinitas- que la culpa no es del humo, sino que se han atragantado con algo. Nadie les cree, por supuesto.
Pero la tos es una de las primeras manifestaciones del ser humano cuando llega a este mundo. Igual que el llanto. Y que el bostezo. Es curioso, pero ninguna de esas tres cosas tiene buena imagen en la vida adulta del tipo. Aunque los fonoaudiólogos juren que el bostezo es la única forma verdadera de aliviar el cansancio en las cuerdas vocales.
El bostezo es contagioso. Aunque bostece un gato, uno se contagia. ¿Será por envidia?
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El viernes al atardecer, la gente corre por la calle para llegar más pronto al momento de dejar de correr.
La gente saluda diciendo “Buen fin de semana”. El tipo termina el día habiendo escuchado tantas veces eso del buen fin de semana que acaba creyendo que entre el sábado y domingo le pasarán cosas maravillosas, que ni siquiera puede sospechar.
Si, en cambio, le dicen “que descanse”, mirará desconfiado. ¿Están acaso insinuando que parece una piltrafa humana sin fuerzas?
No, si las palabras nunca son lo que parecen.
(*) Director Periodístico de la revista EL PUBLICITARIO.