Publicidad > Global | BUTOH, UN ESPECTÁCULO QUE RELATA EL TERROR
Redacción Adlatina |
En 1959, Tatsumi Hijikata, popular bailarín y coreógrafo japonés, tardó menos de cinco minutos en escandalizar a todo un teatro con su peculiar actuación. Los que aguantaron en sus butacas hasta el final lo calificaron como “grotesco, insultante y ausente de cualquier aporte artístico”. Éste fue el nacimiento de la danza del absurdo, de la representación del ser humano en su estado más primario, de la ausencia de diseño o estilo: de la danza butoh.
Movimientos pausados o ataques de contorsión, figuras agazapadas en las tinieblas, cuerpos que se rompen, la búsqueda del ridículo o la deformación del arte bajo frágiles melodías, cuerpos pintados de blanco, ojos también en blanco.
El butoh, con orígenes en la posguerra japonesa, es un arte de vanguardia, en constante evolución y sin parámetros estancos, que llegó al mundo occidental para cambiar y expandir el concepto de estética y de danza contemporánea. Está fuertemente influido por danzas del lejano oriente, aspectos religiosos, el expresionismo alemán, el dadaísmo y el surrealismo. Y a pesar de que sus inicios se ubiquen en Japón, no es una arte de tradiciones arraigadas, ni implica fuertes lazos ni conocimiento de su cultura, como podría ser el caso del flamenco español o la capoeira brasileña, por lo que todo el mundo puede practicarlo.
Arte de la inmovilidad que concentra la energía y del movimiento milimétrico, el butoh, en su forma primigenia, es un espectáculo terrible, porque retrata sin piedad el terror, la destrucción externa e interna del ser humano y el deseo de aniquilar la vida. Pero al mismo tiempo, es una forma artística que toca las profundidades del budismo zen y del shintoísmo.
¿Qué es el butoh?
Después de la caída de la bomba atómica sobre Hiroshima nació el butoh. Con la piel cubierta de cenizas, compartiendo esas imágenes en cierto modo poéticas, este baile recuerda a las víctimas del holocausto nuclear, cubiertas todas por la polvareda de la destrucción.
Nacida en Japón a fines de los años ‘50, la silenciosa danza butoh es un producto de la deprimente posguerra. El propio nombre ankoku butoh (danza de la oscuridad) es desolador. Sus padres, el citado Hijikata y Kazuo Ohno, crearon el género mezclando los elementos de la tradición teatral japonesa con la danza expresionista alemana, la improvisación y la catarsis.
Conserva reminiscencias del kabuki y el noh; pero es un género en abierta ruptura con las tradiciones de la escena y la danza japonesas. Y representó, en su época, la voluntad de un grupo de artistas empeñados en desahogar, con un grito de rebeldía, el sufrimiento causado por la bomba atómica lanzada contra Hiroshima.
En consonancia con sus técnicas -que distorsionan la armonía y gestualidad convencionales, utilizan la música disonante y desencadenan fuertes tensiones corporales, que lo emparentan con el expresionismo-, el butoh busca reactivar en el público la memoria corporal colectiva.
Su autenticidad surge del rechazo a la estabilidad y establecimiento, a la elaboración de formas fijas, hasta el punto de decir que el auténtico butoh es algo imposible.
Su nuevo lenguaje introdujo movimientos que no corresponden a la ideal concepción de belleza del ballet ni a la musculatura y capacidades físicas que exige generalmente la danza moderna; todo lo contrario. Éste es uno de los aspectos más llamativos del butoh, que al intentar romper patrones establecidos o estereotipos, maneja elementos anticonvencionales para lo que se conocía tradicionalmente en occidente como danza.
En parte, estos elementos exteriores o visibles del butoh han generado, entre otras, una fuerte atracción por parte de audiencias no orientales; y sus llamativas fotografías han capturado la atención del mundo entero.
Hijikata, quien, hacía algún tiempo, venía trabajando con Ohno, hizo su escandaloso debut coreográfico de esta danza en 1959. Su coreografía se inspiró en la novela de Yukio Mishima Sinjiki (traducida al inglés como Forbidden colors, Colores prohibidos), pero fue vetada en el momento por tratar un tema homosexual.
El butoh combina la danza, el teatro, la improvisación e influencias de las tradicionales artes escénicas japonesas; la danza moderna y la expresionista alemana. Hijikata también obtuvo inspiración de Jean Genet, el marqués de Sade y el Teatro de la Crueldad, de Antonin Artaud.
Pero así como los horrores de la Segunda Guerra Mundial parecen ahora cosas de niños contra lo que sucede en Irak, África o Palestina, la propia danza butoh japonesa ha ido evolucionando junto con sus artistas, muchos de los cuales, nacidos en los años ’60, ’70 u ’80, sólo poseen la referencia histórica de lo que sucedió en su país, pero que en la actualidad viven más interesados en otros aspectos de la vida. Poco a poco, los artistas de la danza japonesa han ido recuperando cierta posibilidad de que la felicidad y la belleza coexistan sin conflicto.
Y desde los años ‘70, el butoh es fuertemente acogido en Europa como un nuevo camino de exploración artística hacia lo primigenio. Incluso, se puede decir que la corporalidad salvaje y sensual del butoh ha tenido --y tiene hasta hoy-- una influencia en la danza contemporánea europea que ha generado el desarrollo de nuevas corrientes.
El cuerpo en el butoh
Cuerpos pintados de blanco, quizás desnudos; pies y cuerpos doblados, entorchados; ojos cruzados o al revés, como mirando hacia adentro, o casi saliéndose de la cabeza, son algunas de las imágenes que se nos vienen a la mente al pensar en la danza butoh.
Parte de la gran acogida que ha tenido el butoh se debe a que contiene en sus fundamentos “uno de los más precisos espíritus críticos en la historia de la conciencia del cuerpo”, dice Kuniyoshi, bailarín de butoh.
El cuerpo en el butoh hace posible el darle expresión incluso a un físico azotado por la vejez y la enfermedad; y esto, al menos a primera vista, parece referirse a una profundización del concepto de danza. “El bailador de butoh intenta capturar las sutilezas del alma, entendiendo que la danza es el movimiento del alma que es acompañada por el cuerpo. El alma no está ahí para que a otros les guste. Está ahí para expresar lo que tiene que expresar”, explica Collini, coreógrafo argentino de butoh.
Esta danza no narra una historia, a diferencia de las otras artes escénicas, sino que deja que el cuerpo hable por sí mismo y exige el vacío del intérprete para realizarse. Para bailarla hay que olvidar toda disciplina aprendida. Bailar butoh es bailar una danza que no tiene nada que ver con las ya existentes. No tiene una terminología específica ni una técnica física.
El butoh es más que una estética del este de Asia o algún tipo de lenguaje exhibicionista del cuerpo. Es una reflexión del cuerpo acerca del cuerpo. Una confrontación en la infinita lucha entre la inmortal alma y el mortal cuerpo. La danza es un viaje. Bailar, como vivir, son búsquedas hasta el límite del proceso. De todo lo que tiene forma hacia lo sin forma. Los bailarines son cambiantes y nunca pasan una estación en el mismo lugar, siempre se están desplazando, ya que la danza misma es un viaje expuesto a una incesante transformación, dijo Hijikata en una entrevista en los años ‘80.
El butoh implica, entonces, una confrontación entre el alma o la conciencia humana frente al cuerpo como objeto material. Busca, de cierta manera, integrar los elementos dicotómicos del ser, como conciencia-inconciencia, sujeto-objeto, para permitir que el ser humano individual se exprese en conjunción y libremente; y para sobrepasar la distancia entre los seres humanos y el mundo material en que se desenvuelven.
Por eso, uno de sus temas principales es el círculo de la vida y de la muerte, demostrándose como un intento por sobrellevar esa contradicción. Esta danza siempre trata de mostrar que hay algo más allá del cuerpo danzante, y mediante un nuevo lenguaje propone una exploración al inconciente.
Es esa búsqueda de expresión del ser individual, que en cada bailarín se manifiesta de manera diferente, de acuerdo con sus propias raíces culturales, lo que provoca, entre otras, que bajo el género de butoh se agrupen bailarines japoneses y extranjeros cuyos estilos y puestas en escena son radicalmente distintos. Esto hace muy difícil hallar una definición precisa para este género, y por eso aquí se considera más apropiado el referirse a elementos comunes que se involucran tanto en su representación como en sus fundamentos conceptuales.
La danza butoh evoca esas memorias olvidadas, personales, colectivas y primigenias que el cuerpo aloja para servir de impulso al movimiento, piensa la bailarina y coreógrafa japonesa Yumiko Yoshioka. Ella define así su trabajo: “Es un medio para evocar las memorias olvidadas del cuerpo. Donde la transformación es una constante, los objetos y el espacio son una prolongación del cuerpo, el cual plasma, como en un lienzo, ese pasado convertido en el presente del escenario, a través de una confrontación constante.” La intérprete es conciente de la poderosa atracción que ejerce el butoh sobre los intérpretes de danza y teatro en Occidente, porque “para este arte, el cuerpo es un campo de abstracción, que otorga la posibilidad de ir llegando a la profundidad a través de una fricción constante; en él, los objetos y el espacio que los rodean no son sólo prolongaciones, sino una confrontación continua: conflicto y profundidad, el eje de la creación escénica”.
Sigue Yoshioka: “La agresión para mí no es sólo negativa. Todos la tenemos en distintos niveles, y también es una herencia de nuestros ancestros. Sin ella, no podríamos haber sobrevivido. La danza permite expulsar la agresión, limpia el organismo, lo purifica; no es su propósito, pero sí su resultado.”