Publicidad > Argentina | CUANDO LAS BANDERAS SE CONVIERTEN EN PROPAGANDA
Redacción Adlatina |
Lo cool aparece, como bien explicaba una publicidad de JWT Argentina para Conogol, cuando lo in se cruza con lo out. Esta impecable definición refiere a una categoría de pensamiento que resulta adecuada para –como en este caso- referirse a un helado, pero que no debería resultar operativa cuando se trata de cuestiones lacerantes, o simplemente serias.
Sin embargo, hay personas que se mueven de esta manera. Ejemplo: Jane Fonda. En los años ’60, la actriz que encarnara a Barbarella fue una de las más activas militantes en contra de la guerra de Vietnam. En la década en curso, les pidió perdón a los ex combatientes por aquellos exabruptos antibelicistas. ¿Hay que tildarla de inconsecuente? Probablemente, todo lo contrario.
Ella ya venía virando su cosmovisión desde hacía rato. Primero hizo una fortuna difundiendo “su” método de gimnasia para mujeres (en los ’80); luego la acrecentó casándose con Ted Turner (en los ’90: recordar que estuvo a punto de rechazarlo porque él le exigió firmar un contrato prenupcial, al que finalmente ella accedió) y ya en esta década, y divorciada, encontró “un grupo de cristianos que viven su religión con alegría” y se convirtió al catolicismo.
No se trata aquí de criticarle a nadie su derecho a cambiar de opinión, ni aun cuando este viraje consista en volverse cada vez más conservador, algo que, después de todo, es lo que le sucede a la mayor parte de la gente a medida que envejece. Lo que quisiéramos señalar aquí es una explicación posible para esta evolución en la ideología de Jane. En la época del flower power, lo que estaba in era ser pacifista. En nuestros días, y siempre hablando de lo que sucede en su país, lo que está in es ser “patriota”, lo cual significa que el pacifismo de otrora devino out. Así como Jane Fonda logró seguir siendo hermosa en la tercera edad, logró otra proeza aun mayor: la de haber sido siempre cool.
Jane es un caso notable, pero no el único ni muchísimo menos. Miles, cientos de miles, probablemente millones de personas que no son famosas se avienen a la tiranía de lo cool en lo tocante a cuestiones que deberían ser inencuadrables dentro del sistema de categorías antes descripto.
Quizás el caso de los derechos humanos sea el más urticante. Hoy la prédica acerca de los derechos humanos se ha transformado en cool. Pero los derechos humanos no son in ni out; ni, por lo tanto, pueden ser ni dejar de ser cool. Existen y suponen un doloroso problema, porque la mayor parte de la población no puede ejercerlos (desde el momento en que la mayor parte de la población es víctima del hambre). Resulta evidente que esta cuestión, así como la de la guerra de Vietnam en su momento o la que hubo en Irak recientemente, está a una distancia abismal de lo “cool” implicado en el hecho de que haya vuelto a ponerse in el usar ojotas con medias o visera sin gorra.
Pero, en tiempos en que la exaltación de la prédica acerca de los derechos humanos se ha convertido en algo que a uno le da patente de cool, ¿existe algún modo de replicar que se trata de una cuestión más seria y más compleja que la de lo in y lo out... sin que parezca que uno está en contra de que sean respetados los derechos humanos de todo el mundo... lo cual de todos modos no sucede?
“Contra Menem estábamos mejor”, fue un slogan callejero que apareció en la Argentina cuando, después de diez años de mandato de Carlos Menem, éste fue sucedido por un presidente inoperante y débil. La crítica implícita al nuevo jefe de estado no entrañaba una reivindicación de su predecesor, de quien se estaba “en contra”, sino que aludía a una paradoja. Fernando de la Rúa había llegado al poder merced a una alianza que se pretendía de centroizquierda. El progresismo podía criticar a Menem sin ningún prurito porque estaba claro que medidas como el indulto a los militares genocidas eran abominables. Pero cuando –o al menos eso se suponía- fue una coalición también progresista la que lo sucedió en el gobierno, y decepcionó, se hacía demasiado cuesta arriba criticar a quienes se suponía que encarnaban las propias ideas. Y, en los hechos, también se hacía difícil estar “con” ellos.
Probablemente el punto divisor de aguas sea aquel en que las banderas de siempre se convierten repentinamente en propaganda. De la propaganda, en el sentido en que la concebía Goebbels (“miente, que algo quedará”), no se supone que deba ser creída. Asumimos que es algo que el poder nos dice para llevar agua para su propio molino. Si los actores que ejercen ese poder nos gustan, podemos elegir creerles. Si los detestamos, catalogamos prontamente sus afirmaciones como “mera” propaganda y nos indignamos sin ningún conflicto por ello.
Ése es el motivo por el cual “contra Menem estábamos mejor”. Disentir de Menem era cool. Disentir de un presidente entronizado por una coalición que también se suponía que era cool, estaba out.
A aquellos lectores de esta columna que piensen que mil veces hubiera sido preferible que no hubiese habido guerra en Vietnam, les proponemos este ejercicio. Imagínense que un túnel del tiempo y del espacio los transporta a los Estados Unidos en la década del ’60, y que asisten a una manifestación pacifista en la que Jane Fonda es oradora. ¿Qué sentirían, habida cuenta de lo que ya saben que terminó haciendo Barbarella? ¿Ni un poquito de irritación? ¿Y cómo la expresarían sorteando el riesgo de que los pacifistas los atacaran por violentos?
Lo que resulta urticante es que –como el tiempo lo demostró- muchas personas se suban a la calesita (carrusel, tiovivo) de la paz, los derechos humanos, la redistribución de la riqueza, el respeto por las diferencias, el principio de autodeterminación de los pueblos o las fuentes genuinas de ingresos, no por un verdadero compromiso con estas problemáticas, sino por no dejar pasar una oportunidad de ser cool.
En estos momentos, en América Latina, hay media docena de presidentes, algunos más fuertes que otros, que están invocando banderas –y siendo aclamados por ello- que siempre les fueron caras al tipo de persona a que aquí hemos aludido como “pacifista”. Será interesante ver, andando el tiempo, cuántos de sus seguidores los apoyaron porque de verdad vieron encarnados en ellos ideales que siempre les fueron caros; y cuántos, simplemente, acataron la tiranía de lo cool.