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Redacción Adlatina |
Por Paula Blousson
Hasta años atrás,
El teatro en
El Kathakali es un tipo de “teatro danzado” surgido aproximadamente hace unos trescientos años en el sur de
Las extensas representaciones son interpretadas gracias a un auténtico vocabulario compuesto de expresiones faciales, de diversas posturas de piernas y pies y de gestos con las manos –mudras, hay 24 que forman 470 símbolos-, además de distintos cantos y percusión ejecutada por los integrantes de la orquesta, quienes relatan la historia que el actor se ocupa también de “narrar” por un lado, y de “expresar” por otro, todo ello gracias al uso de diferentes tensiones orgánicas que producen y manejan la energía del cuerpo en pos de la significación requerida por el personaje interpretado y por la historia representada; significación que se hace comprensible en base a unas “acciones-palabras físicas”.
Cuando lo clásico hace vanguardia
Los espectáculos de Kathakali se llevan a cabo al aire libre, empezando al caer el sol, y duran toda la noche. El escenario en sí es pequeño, mide aproximadamente de seis a siete metros cuadrados. No se usan decorados como en el teatro occidental, únicamente se coloca en el centro una gran lámpara de aceite, que además de su carácter religioso, sirve para iluminar la escena.
A la caída de la noche, un vigoroso e ininterrumpido redoble de tambores anuncia la llegada del espectáculo. Dos jóvenes actores sin maquillaje ni vestuario ejecutan una danza de tipo religioso para atraer el favor de Shiva Nataraja –dios hindú de la danza-.
Después de esta invocación, dos jóvenes entran y despliegan un telón de seda que oculta la escena y al actor que acaba de entrar. El redoble de los tambores se intensifica; dos manos –una de las cuales está deformada artificialmente por unas enormes uñas de plata- toman el telón y lo sacuden: es cuando el actor remarca su presencia. Debajo del telón se pueden ver sus pies realizando una frenética danza, acompañada por gritos diversos. De vez en cuando, el actor baja el telón y por fracciones de segundo aparece un rostro que, gracias a un elaborado maquillaje, ha hecho desaparecer el mínimo rasgo humano. Este efecto se repite varias veces. De pronto, dejan caer el telón y el actor aparece ante nuestros ojos envuelto en un espléndido vestuario. Su cuerpo tiembla, sus brazos están abiertos con los dedos compuestos en una expresión simbólica, las piernas están separadas y flexionadas, mientras sus pies se apoyan, no sobre las plantas sino sobre los costados exteriores de las mismas. En ese momento, los cantantes entonan la historia que el actor va a interpretar por medio de saltos, movimientos, gesticulaciones, mímicas; un complejo alfabeto cinético que tiene mucho de danza y acrobacia. Es decir, que en el Kathakali, el actor encarna y desarrolla la lucha del bien y el mal –tema de todas las obras- con la sola ayuda de su cuerpo.
Los movimientos de las diversas partes del cuerpo se funden a menudo en una desincronización, un divorcio nítido del ritmo de los diferentes miembros. Así, las piernas pueden moverse con una velocidad extraordinaria, mientras que las manos esculpen los mudras con precisión lenta y calculada. O también, la mímica facial puede ser ágil, y las acciones corporales impregnadas de una gravidez austera y serena. Sus ojos se encuentran dilatados en todo momento. A veces, los párpados se abren y los iris desaparecen en un rincón del ojo, inmóviles por un largo período en el que la cabeza gira constantemente y el rostro se transforma sin parar.
El maquillaje: un capítulo aparte
Aunque poco a poco se va abriendo a las mujeres, tradicionalmente ésta es una disciplina reservada a los varones. La estricta codificación de la disciplina comprende tanto los colores como los movimientos que los actores realizan a lo largo de la función, en íntima armonía con la música emergida de los instrumentos tradicionales y del canto, primo hermano del flamenco.
Piedras, aceite de coco y palillos a modo de pincel son elementos esenciales en el maquillaje de los intérpretes de Kathakali. El maquillaje ritual es en realidad el prólogo al espectáculo. Se requieren cerca de dos horas para completar un proceso en el que la cosmética química no tiene cabida y las mezclas son realizadas por los propios actores. Conocer su técnica forma parte del minucioso estudio del Kathakali.
Así, un rostro maquillado de color amarillo significa que el actor dará vida a un personaje femenino; el verde denota bondad y es utilizado por los héroes, al contrario que el rojo, que se utiliza en los villanos y personajes furiosos.
En cuanto a la gestualidad, la compleja combinatoria de movimientos corporales está encaminada a comunicar nueve emociones: amor, desprecio, tristeza, furia, valor, miedo, repugnancia, asombro y paz.
Actores altamente entrenados
Los actores Kathakali estudian entre seis y ocho años antes de realizar su primera obra. Realizan entrenamientos intensos compuestos por ejercicios de yoga, artes marciales hindúes, percusión con pies, ojos, mudras, canto y maquillaje. Entrenan entre 6 y 8 horas por día, además de estudiar religión y mitología hindúes.
No es, sin embargo, sólo por una mera cuestión de alcanzar un mayor o menor grado de virtuosismo por lo que desde la perspectiva hindú se hace imprescindible tal disciplinada y rígida educación; la misma idiosincrasia del Kathakali no es percibida, ni por sus ejecutantes ni por el espectador hindú, como un espectáculo a “la manera occidental”, sino que por el contrario, podría decirse que la práctica de ésta y otras formas de teatro-danza es una representación de lo divino. En algunos casos funciona como ofrenda ritual o encarnación de un mito, gracias a la cual el actor, por un lado, ofrece su cuerpo a la divinidad; y el espectador, por su parte, participa en la celebración dejándose introducir sensorialmente en otro estadio más allá de la realidad, en una mímesis del proceso cósmico.
En el actor Kathakali se produce un particular caso de consagración vocacional semirreligiosa, mediante la cual el aspirante ingresa a una suerte de escuela filosófica y espiritual o, como afirma Eugenio Barba, “entra a un universo teatral, contiguo al religioso”, en el que la técnica es un medio para alcanzar lo metafísico, puesto que la actuación es un acto que tiene valor por sí mismo desde el momento en que es rito, ofrenda y procedimiento ritual de consagración.
Este tipo de teatro, a diferencia del occidental, concede al espectador la posibilidad de traspasar el umbral de la maya -la ilusión cósmica- para llevarlo de la mano como por estancias inasibles de la conciencia. De ahí la utilización de un lenguaje simbólico y la elección de temas mitológicos. Este arte no busca imitar la realidad –como el teatro realista-, sino que busca que el espectador sienta aquella que el actor representa. Cada cosa que se ve en el escenario es extravagante, supra-humana y sub-humana al mismo tiempo. Los actores no caminan como seres humanos, sino que se deslizan, no piensan con la cabeza sino con las manos. Hasta sus facciones humanas desaparecen detrás de las máscaras. El mundo conocido no ofrece nada lejanamente comparable a su grotesco esplendor. Asistir a uno de estos espectáculos es como transportarse a un mundo de sueño.