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Redacción Adlatina |
Motocicletas, trajes de alta costura, pelotas de basket metidas en peceras, un perro recubierto de flores de doce metros de altura, cuadros abstractos, hasta bolsos de Vuitton pintarrajeados con muñequitos de la tele, pueden verse en una retrospectiva del Museo Guggenheim en homenaje a Takashi Murakami.
Este artista llega con la aureola de rebelde, de personaje situado en ese espacio, cada vez más concurrido, entre el verdadero arte y “el pingüe beneficio del avispado embaucador”. Su tarjeta de presentación es atractiva: “El Warhol japonés”, y la colaboración, por invitación de Marc Jacobs, con la firma francesa Louis Vuitton para diseñar la colección de la temporada de 2003 le garantiza un público normalmente ajeno a los espacios del arte contemporáneo. Su exposición vino acompañada, al día siguiente de la inauguración, de una fiesta organizada por Vuitton en el atrio del museo, con el correspondiente elenco de famosos: modelos, escritores y algún marchitado nombre de la nobleza. El photo call de turno y el consiguiente eco en las páginas de la prensa especializada.
Nacido en Tokio, es conocido internacionalmente por mezclar el arte tradicional japonés, el anime (animación) o el manga (cómic), con movimientos artísticos como el Pop americano y el Surrealismo europeo. Hoy en día, decir Murakami implica poner en marcha una compleja maquinaria de comunicación que se ocupa de todos los aspectos y posibles lecturas que su presencia y obra puedan tener. Por eso, no sólo se ve su influencia en el museo sino en la ciudad entera que está inundada de las figuras del universo Murakami: flores en los escaparates adornando el tranvía que pasa cerca del museo y, por supuesto, los bolsos de la colección de hace seis años en el escaparate de la céntrica tienda de Vuitton.
Un pintor afirmó en una ocasión que “la pintura se relaciona tanto con el arte como con la vida, y yo intento trabajar en el ese espacio que hay entre ambos”. No hay duda de que Murakami pretende moverse en ese mismo espacio: toma sus referencias de las subculturas japonesas del manga y el anime; un universo en el que se mezclan elementos de la representación pictórica tradicional de su país con los de la industria audiovisual estadounidense. Un verdadero híbrido nacido de una sociedad igualmente híbrida, producto de la envidia de los valores occidentales que propugnan la libertad individual y al mismo tiempo del deseo de mantener las tradiciones culturales propias.
El título de la exposición es “©”, el signo que representa todo el tinglado económico de la industria cultural y la lógica de mercado que arrastra con ella. La obra de Murakami es, desde luego, un fiel reflejo de la vida. Y plantea las mismas cuestiones que ésta. La dificultad que siente el hombre cada día a la hora de distinguir lo genuino de la burda farsa, la supeditación de los valores al dictamen de los mercados, entre otras cosas.
“En Murakami la iconografía, el discurso, son exactamente los mismos, se trate de una pieza vendida en una galería de arte a un coleccionista multimillonario o de una pegatina comprada en la tienda del museo. En su obra se aúnan las técnicas de producción industrial -división de tareas y control de calidad incluidos- y la visión crítica e irónica del creador. Y la dificultad para establecer la diferencia, más allá de tamaños o seriaciones, forma parte del juego”, dice un artículo del diario español
La muestra del Museo Guggenheim reúne a más de 90 obras, desde sus primeros trabajos de la década de los ‘90 en los que explora su propia identidad, hasta sus esculturas de gran escala, y finaliza con su galería de objetos de merchandising, sus proyectos de animación y del mundo de la moda y sus últimos trabajos.
La exposición arranca con una seria de pinturas creadas entre 1991 y 2000 con el objetivo de construir su autorretrato. Fruto de esa investigación interna, en 1993 creo un alter ego al que bautizó como Mr. Dob, un personaje inspirado en Sonic, símbolo de Sega, o Doraemon, un popular personaje animado japonés. Junto a las pinturas, el público tendrá oportunidad de contemplar las más aclamadas y controvertidas figuras escultóricas de los primeros años. Además, la muestra incluye también las pinturas abstractas de Murakami y su trabajo en el mundo de la animación, así como alrededor de 500 objetos de mercadotecnia o las piezas creadas por el artista para la firma francesa Luis Vuitton en 2003.
Algo similar a The Factory
Este creador nipón es consciente de que el público cada vez pide mayor calidad a los artistas, y por eso, creó la empresa Kaikai Kiku, que emplea de forma fija a cerca de 160 personas. Esta enorme organización tiene como objetivo apoyar a los jóvenes artistas y ayudar a crear obras con la marca Murakami. A su juicio, aunque el público no está acostumbrado a esta forma de trabajar en el mundo del arte, el mismo esquema es utilizado en el mundo de la música o la moda.
Así, a diferencia de The Factory, la empresa creada por Warhol en la que trabajaban “con drogas y en un ambiente de fiesta”, en su organización, “la inspiración es el resultado de que más de cien personas están continuamente comunicándose por la pantalla. La idea sale estando sentado frente al ordenador”, dijo a
Fruto de ese trabajo es resultado también el diseño creado para la firma francesa Luis Vuitton, del que se vendieron numerosos bolsos. A su juicio, la crisis económica mundial va a dar a los jóvenes artistas la oportunidad de debutar en el mundo del arte, mientras que a los artistas ya consagrados y con renombre “no les irá muy bien y podrían verse obsoletos u olvidados”.